Etiopía, sorpresa viajera

Nuestro viaje se inicia en la capital, la caótica y bulliciosa Addis Abeba, que va camino de convertirse en el mayor centro de negocios y comercial del cuerno de África.

Más de seis de los cerca de 90 millones de etíopes viven en Addis. Políticamente, el país se define como una república democrática, aunque el peso de lo étnico y tribal (con 46 etnias y casi 200 idiomas o dialectos) introduce muchos matices, y también imperfecciones, en el funcionamiento del sistema.

Volamos de Addis a Bahir Dar, en el noroeste, la tercera ciudad del país, con cerca de 200.000 habitantes. Tuvo su origen a finales del siglo XVI, cuando misioneros jesuitas llegaron a las riberas del lago Tana. Se dice que fue el jesuita español Pedro Páez quien primero vio las fuentes del Nilo Azul. Este religioso pionero y colonizador español, que escribió un magnífico libro sobre el país, Historia de Etiopía, fue un personaje con una peripecia vital excepcional. Además de explorar Etiopía, sufrió galeras en Turquía y cautiverio en Yemen. Sabía amhárico, latín, persa, portugués, chino y árabe.

Para ir de Bahir Dar a las Fuentes del Nilo Azul, o más propiamente, a las cataratas, se recorren 40 kilómetros por una accidentada y concurrida carretera de tierra.Y para alcanzar el paraje de las cascadas primero hay que llegar al pequeño poblado de Tiss Isat, donde se deja el vehículo; luego acercarse a las orillas del Nilo Azul y cruzar al otro lado del río, para después realizar una caminata de 15 o 20 minutos hasta llegar, por fin, a una elevada meseta desde la que ya se pueden contemplar las cataratas. Su caída vertical es de 45 metros a lo largo de un frente semicircular de más de 400. Tras la construcción de dos presas, este formidable espectáculo únicamente puede disfrutarse en toda su plenitud en época de lluvias o en algunos días concretos en los que los embalses liberan el caudal original del río. El Nilo Azul recorre cerca de 800 kilómetros dentro de Etiopía hasta unirse al Nilo Blanco, ya cerca de Sudán. A lo largo de su descenso va dibujando una sorprendente geografía de cañones, cortados y barrancos.

A la vuelta, vemos grandes plantaciones de qat, la planta suavemente alucinógena cuyas hojas se mastican durante horas para extraer un jugo que hace que quien lo consume experimente una leve sensación de placentera y contemplativa lucidez.

Leopardos junto al lago

La siguiente mañana visitaremos el lago Tana, el tercero más grande de África después del Victoria y el Tanganica. Sus dimensiones son de 85 por 60 kilómetros. En sus riberas más tranquilas viven cocodrilos, hipopótamos, incluso leopardos. Tiene una profundidad media de 15 metros y alberga 37 islas, en muchas de las cuales se levantan iglesias y monasterios de los siglos XIII y XIV. Más de 20 antiguos templos ortodoxos con valiosos frescos, reliquias y tesoros religiosos. Los habitantes de los pequeños poblados isleños faenan en las aguas del lago y comercian con las poblaciones ribereñas desplazándose, desde hace siglos, en barcas hechas de papiro que se llaman tankwas.

Desembarcamos en la isla de Zegah, que está rodeada por tupidos bosques de manglares y guarda algunos de los templos cristianos más antiguos del lago. Visitamos la iglesia de Azna Marian, construida en el siglo XIV. Su forma cónica y los materiales con los que está construida 'paja, eucalipto, papiro y argamasa de barro' la convierten en uno de los ejemplos más característicos del estilo ortodoxo etíope.

Aunque algunos hablan de las faldas del monte Gishe, el lago Tana es donde, para la mayor parte de los geógrafos, nace el Nilo Azul. Un lugar sagrado en Etiopía. Dado lo recóndito de las islas, los cristianos de la época pensaron que los templos allí construidos eran lugares perfectos para preservar y proteger de las invasiones islámicas los tesoros y símbolos religiosos de la iglesia etíope. Los templos son de planta circular y se estructuran con cuatro entradas orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, organizadas en corredores o anillos concéntricos.

Dejamos el lago y nos dirigimos a Gondar, la antigua capital imperial de Etiopía y donde se encuentran los famosos castillos de Gondar y la iglesia de Debre Birhan Selassie. Aunque entre Bahir Dar y Gondar no hay más de 180 kilómetros, tardaremos cerca de cuatro horas en llegar. Durante el viaje vemos bastantes vacas y un campo atrasado y pobre. El guía nos dice que el 90% de la cabaña vacuna del país es de raza cebú, buena para la carne pero casi nula para dar leche. Por eso las están empezando a cruzar con razas más convencionales.

De camino a Gondar nos topamos con el llamado Dedo de Dios, una formación rocosa que se levanta casi cien metros sobre la lisa superficie de una suave ladera. Un curioso monumento natural que únicamente se puede ver si se realiza el viaje por carretera. Gondar es, sobre todo, famoso por la fortaleza que alberga una serie de castillos y palacios construidos entre los siglos XVI y XVII. El lugar es conocido como el Camelot de África.

La iglesia cristiana de Debre Birham Selassie, construida a finales del siglo XVII, conserva pinturas y artesonados de gran valor; pero Gondar es patrimonio mundial desde 1979 sobre todo por el conjunto de edificaciones fortificadas que comenzaron a construirse desde que la ciudad pasó a ser la capital del antiguo imperio. El primer castillo lo levantó en 1640 el emperador Fasilides, y sus descendientes fueron añadiendo edificaciones en un estilo ecléctico con influencias portuguesas, indias y árabes. Desde el Goha Hotel se tiene una bonita y clarificadora vista del conjunto.

No lejos de Gondar, a cien kilómetros en dirección a Debarq, están las montañas Semien, un interesante parque natural con un entorno agreste y duro, pero bello, que alberga una rica fauna local, desde el endémico íbice de Abisinia hasta el babuino gelada y el antílope Klippspringer, hienas y algún leopardo de montaña.

Seguimos hacia Axum, la ciudad más antigua de Etiopía, patrimonio mundial desde 1980. La antigua cultura axumita precristiana alcanzó su esplendor entre los siglos I y VIII, épocas de las que datan los llamativos obeliscos y losas funerarias que siembran la ciudad y sus alrededores. A lo largo del tiempo, los mandatarios axumitas rivalizaron por levantar las agujas de piedra más monumentales para dejar constancia de la grandeza de su reinado.

En Axum hay cerca de una veintena de grandes obeliscos y hasta 600 monumentos funerarios más. El más grande mide 33 metros y pesa 500 toneladas pero no permanece en pie, ya que al intentar izarlo debió fallar su basamento y hoy aparece en el suelo fracturado en tres enormes bloques de piedra labrada. El siguiente obelisco por tamaño mide 24 metros y pesa 150 toneladas, y después de ser requisado por los italianos en 1937 y permanecer en Roma durante más de medio siglo, el estado italiano lo restituyó al pueblo etíope en 1987.

Enjambre de abejas

El siguiente objetivo, y el más importante de nuestro periplo etíope, será Lalibela, uno de los grandes y más singulares atractivos del país. Colgada a 2.630 metros en plenas montañas de Lasta, la población fue la capital de la dinastía Zagve que reinó en la antigua Etiopía entre los siglos X y XII. Recibe su nombre del rey Gebra Maskal Lalibela, y significa 'las abejas reconocen al soberano', porque la leyenda dice que cuando nació el monarca un enjambre le rodeó. Lalibela, conocida como la Jerusalén de los cristianos etíopes, fue declarada patrimonio mundial en 1978 por su fabuloso conjunto de 11 iglesias labradas en la roca basáltica de la zona entre los años 1150 y 1200.

El motivo de que Lalibela se decidiese a crear este conjunto de singulares edificaciones religiosas fue tratar de reproducir simbólicamente la Tierra Santa recién tomada en esa época por los musulmanes. El monarca quiso crear así sus propios Santos Lugares de la cristiandad etíope. Por la naturaleza de la construcción, las iglesias de Lalibela pueden clasificarse en monolíticas y semimonolíticas.

Las primeras, exentas, son las que se esculpieron directamente en la roca, excavándose el terreno en vertical y aislando primero un gran bloque de piedra que quedaba unido a la montaña únicamente por su base; después, este bloque se iba horadando y vaciándose su interior hasta crear una exquisita y gigantesca obra de orfebrería arquitectónica. Las iglesias de Lalibela son enormes y preciosas piezas escultóricas de hasta 33 metros de largo por 17 de ancho y 15 de alto; dimensiones reales del templo más grande del conjunto, la catedral de Biet Medhani Alem (casa del Salvador del mundo). Las iglesias semimonolíticas, por su parte, son las que están talladas en la roca pero que se mantienen unidas a ella por un lateral o por el techo. Uno de los primeros occidentales que vio esta fabulosa colección de templos fue en 1520 el misionero portugués Francisco Alvares, que dijo: ''renuncio a describir lo que he visto aquí porque nadie lo creería'.



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