Grecia

Myrtos Kefalonia

Hubiera hecho falta mucho más que un terremoto para acabar con la riqueza natural de Kefalonia, la isla más grande del Mar Jónico.

El terrible temblor que sacudió sus entrañas en 1953 derribó la mayor parte de sus palacios y edificios monumentales, pero no pudo destruir su belleza. Acantilados, cuevas, lagos subterráneos, montañas agrestes y calas de arena dorada conforman un paisaje armonioso y seductor en el que encuentran acomodo especies únicas, como el abeto Abies Cephalonica y hasta cincuenta clases de orquídeas. Pero también cientos, miles de viajeros que, cada año, deciden hacer parada en ella. Y eso no es fácil: formar parte del mismo archipiélago que Corfú y Paxos ha sido siempre un obstáculo. Pero antes de disfrutar de sus encantos, que los tiene y muchos, recurramos una vez más a los mitos. Kefalonia debe su nombre al bisabuelo del mismísimo Ulises, Céfalo, quien obtuvo como regalo esta isla tras ayudar a Anfitrión de Micenas en una de sus guerras. Tras matar por error a su esposa, quedó confinado aquí hasta que el dolor pudo más y acabó arrojándose al mar desde lo alto de los acantilados de tiza blanca de la cercana Lefkada, otra isla jónica, situada justo al norte de donde nos encontramos ahora. Argestoli es la capital, pero el puerto principal es Sami, donde resulta obligado sentarse en uno de sus animados cafés a tomar algo antes de emprender un corto viaje de apenas 25 kilómetros rumbo al oeste que, por unos momentos, nos cambiará la vida. Eso es exactamente lo que pasa cuando uno contempla la que ha sido calificada en más de una ocasión como 'la playa más espectacular de Grecia'. Se llama Myrtos y, afortunadamente, las fotos le hacen total justicia.

La piedra de Cronos

Myrtos es blanca y es azul. Puede parecer una obviedad, pero vista desde el mirador que se abre al borde de la carretera, entre los acantilados, casi es posible creer que algún dios inventó aquí estos dos colores. No hay nada más blanco en el mundo que los cortados calizos que caen, bruscamente, a plomo, sobre la arena, repleta de guijarros por los que, para qué engañarnos, resulta imposible caminar descalzo. No hay nada más azul en el mundo que ese mar eléctrico y fosforescente que baña la playa, de tres kilómetros de extensión, cuya silueta desde las alturas nos parece un arco perfecto. Myrtos descansa, escondida como un tesoro, entre dos montañas, Kalon Oros, que casi alcanza los mil metros de altitud, y Agia Dynati, que los supera por poco. Volvemos de nuevo a los libros: esta montaña es, según la mitología clásica, la roca que Rea ofreció envuelta en pañales a Cronos para que la devorara en lugar de a su hijo, cosa que el rey de los Titanes hacía cada vez que ella daba a luz un nuevo vástago. No quería que ninguno de ellos pudiera traicionarlo y arrebatarle el trono, tal y como sugerían con firmeza los oráculos. Ese hijo que no se comió era Zeus, que años después obligaría a su padre a vomitar uno a uno a sus hermanos y a la famosa piedra. También fue aquí donde tuvo lugar la tristemente célebre masacre de Kefalonia, en la que fueron asesinados cinco mil soldados en septiembre de 1943, un hecho narrado en la película La mandolina del capitán Corelli, para la cual se rodaron algunas escenas en esta playa de Myrtos.

Las horas del día

Situada en un fascinante tramo del litoral occidental, Myrtos es muy diferente según la hora del día. En los primeros compases de la mañana, cuando los turistas aún no se han lanzado en busca de alguna de las hamacas y sombrillas que cubren un tramo del arenal, resulta especialmente hermosa, sin apenas ruidos, en silencio. Las corrientes aquí son cálidas, por lo que en verano hay que tener cuidado y protegerse bien mientras caminamos hasta su extremo izquierdo para explorar algunas de las misteriosas oquedades que se abren entre las rocas. Hay más cuevas de interés en Kefalonia, sobre todo en las inmediaciones de Sami, donde aparecen, sorprendentes, Spileo Drogarati, con sus impresionantes estalactitas y estalagmitas, y Spileo Melissanis, con un lago subterráneo de agua salada, que, cuando el sol se encuentra en su punto más alto, siempre al mediodía, adquiere unas impresionantes tonalidades turquesa.

En busca de Ulises

La carretera que nos lleva a Myrtos, desde la pintoresca aldea de Divarata, se retuerce hasta alcanzar con la vista el mar. Estamos muy cerca, a tan sólo ocho kilómetros de Assos, cuyas casas blancas y de color pastel no fueron devastadas por el terremoto. Poblada de cipreses italianos, una montaña rodea el pueblo, que se extiende junto al istmo de la península del mismo nombre, rematada por una fortaleza levantada por los venecianos que en su día dominaron la isla. Venecianos son también los edificios de la pequeña Fiskardo, más al norte aún, desde donde se intuye ya en el horizonte la silueta de la mítica Ítaca, en la que una paciente Penélope esperó y esperó el regreso de su amado Ulises. No conviene coger ningún ferry sin antes haber repasado La Odisea. O, al menos, haber leído los versos de Cavafis: 'Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/ pide que el camino sea largo/ lleno de aventuras, lleno de experiencias'. Llegar allí es nuestro destino, pero antes habrá que recorrer Kefalonia y brindar con uno de sus excelentes vinos por que existan en el mundo lugares como Myrtos, como, en realidad, todo el Mar Jónico, tan repleto de mitos y bellezas.

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