Cuando uno contempla la inmensidad de la maravilla del glaciar Perito Moreno resulta una tentación irresistible seguir en la búsqueda de la contemplación del gran 'Sur del Sur'. Se abre un apetito voraz, cual descubridor del siglo XVI. Como estábamos persiguiendo maravillas de la naturaleza, nos vimos obligados a cruzar la frontera con destino Puerto Natales.
A pesar de ser un largo viaje de ocho horas, los paisajes blancos y helados contrastado con los naranjas cielos al amanecer nos lo hicieron corto y entretenido. Era como si Argentina no quisiera que olvidáramos su belleza natural antes de que la abandonáramos para adentrarnos en la vecina Chile, algo que nunca haremos (lo del olvido, se entiende).; Lo primero que hacemos en Puerto Natales es contratar a un conductor, Jorge, un hábil chófer de 'cuatro por cuatro' que nos acerca a una nueva hostería ubicada en la base del Parque Natural de Torres del Paine. Pasamos la noche en este insólito lugar, con vistas privilegiadas.
El recuerdo y la emoción del momento son imborrables. A la mañana siguiente, Jorge nos recoge para bordear Torres del Paine con destino Glaciar Grey. Hicimos parada cada vez que un paisaje nos lo pedía, que resultó ser cada muy poco. Los guanacos posaban esbeltos a nuestro paso, me sentía un aventurero. Es aquí donde nos reciben unos zorros a los que despertamos con nuestro ruido, y lejos de mosquearse por perturbarles su descanso, se estiran antes de jugar. Parecía que hacía tiempo que no veían a viajeros por la zona, un invierno tranquilo para ellos.
Ojalá siga todo igual por allá, pienso ahora. Antes de llegar al Glaciar, las agujas de Torres del Paine ya se podían ver a la perfección, gracias al impresionante día soleado que el azar nos había deparado. Qué mejor jornada que ésta para ver flotar los enormes icebergs brillando bajo un sol de justicia, inusual para la época del año en que nos encontrábamos, pleno invierno austral. Qué espectáctulo, qué auténtico espectáculo y qué afortunados somos por poder disfrutarlo. Mientras observábamos la maravillosa mezcla del hielo y agua bajo el cielo azul y el sol, pensamos en lo difícil que sería volver a ver algo igual. Precisamente por eso aprovechamos el momento en riguroso silencio, absolutamente impresionados, silencio interrumpido sólo por el estruendoso sonido de los témpanos del Glaciar Grey al caer sobre las frías aguas del lago del mismo nombre. Los desprendimientos inician pequeños tsunamis, que a su vez provocan un impresionante vaivén de los glaciares. Todo esto adornado con las agujas de las Torres del Paine en el fondo del escenario, qué más se puede pedir. Hablar estaba de más.
EL BAILE DE LOS ICEBERGS
Falta poco para que continúe el viaje en solitario, a la mañana siguiente mis compañeros Montserrat y Javier se levantarán temprano para coger un autobús a Punta Arenas desde donde volarán a Santiago, para luego hacer transito de vuelta a Madrid. Yo, sin embargo, me levantaré mas temprano aún, a eso de las cinco. Es domingo y en el puerto de la ciudad sale un solo barco a la semana, estaba de suerte. Se trata de navegar por los fiordos con dos objetivos, Glaciar Balmaceda y Glaciar Serrano.
El primero de ellos me sorprendió por su color completamente azulado y por sus evidentes síntomas de retroceso, o lo que es lo mismo, de desaparición. Según me contaron, cada año retrocede unos metros, todo lo contrario que el Perito Moreno. El barco aminora la marcha y se acerca poco a poco, unos minutos para observar este otro glaciar es suficiente, para luego continuar la ruta hacia otro de los impresionantes masas de hielo de Chile, el Glaciar Serrano. Nos bajamos del barco, una excursión de 45 minutos nos lleva a otro espectáculo de la naturaleza: nos acercamos a escasos metros de la pared del glaciar. Esta vez no vimos desprendimientos, el día estaba nublado y muy frío, demasiado para que se produjeran roturas, pero el paisaje nos hacía adivinar lo ocurrido en días anteriores cuando los rayos de sol caían de lleno sobre el radiante blanco.
El Lago Serrano, completamente helado, había sido agrietado por el impacto de los témpanos sobre la compacta superficie, lo que había dejado un impresionante paisaje que parecía sacado de la imaginación de Tim Burton. Me comentó uno de los guias que el domingo anterior, el lago había estado completamente helado y sin agrietar, probablemente hubo muchos desprendimientos en los días previos, nadie tuvo la suerte de presenciarlo, ya que el único barco que llega hasta aquí es el que hemos tomado nosotros y lo hace tan sólo una vez a la semana. Fue casi con toda seguridad durante el soledado día anterior cuando se produjeron todos estos desprendimientos, un espectáculo que nadie pudo presenciar. Casi mejor así.