El mar Cantábrico y los Pirineos hacen de telón de fondo en un paisaje con todas las tonalidades del verde, escarpadas costas de rías cortas y sierras de hayedos y robles.
Sus habitantes han sido durante siglos marinos, labradores y pastores que hablaban una lengua sin parentesco con las conocidas y cuyo origen hay que buscarlo en la leyenda más que en la historia. Dicen que todo comenzó con «Sugaar», uno de los personajes mitológicos vascos, quien tuvo amores con una bella princesa que vivía en Mundaka. De esa unión nació Juan Zuria, el primer señor de Bizkaia (Vizcaya).
Pero, en realidad, los vascos, se consideran descendientes de la tierra: los euskaldunak. Un pueblo que conservó sus costumbres, que no consiguieron dominar los invasores, y que formó un «islote étnico». Ya en el siglo XIV pescadores vascos llegaron hasta Islandia y Groenlandia y se instalaron en la costa de Terranova y el Canadá.
De Getaria era Juan Sebastián Elcano, el primero que dio la vuelta al mundo, y de Zumárraga, Legazpi, conquistador de Filipinas. Pero junto al marinero está el pueblo campesino. El caserío sigue siendo el eje de la vida campesina vasca. La agricultura, claramente minifundista, se basa en el cultivo intensivo por lo que el aprovechamiento de la tierra es total.
El otro tradicional oficio vasco es el de pastor y, por lo general, eran propietarios de sus rebaños. Cuando no podía ser así, emigraban. Muchos de ellos fueron a Estados Unidos y Canadá. La importante industria por la que es hoy día conocido el País Vasco llegaría, junto al comercio, a principios del siglo XX.