¿Por qué hay que viajar físicamente a un sitio (y no sólo leer sobre él)?

Cruzar las páginas de un libro, como si fueran un portal dimensional o el espejo de Alicia, a fin de llegar hasta los lugares más remotos del mundo siempre me ha parecido una forma tan legítima de viajar como la del puente aéreo.



Sin embargo, no podemos limitarnos a viajar a través de la imaginación, las letras o lo que un amigo nos cuenta mientras nos hace un pase interminable de fotografías sobre sus últimas vacaciones. El viaje también debe ser físico, palpable. Un viaje en el que entren en funcionamiento nuestros cinco sentidos. Un viaje en el que conozcamos a la gente de otro lugar, con otra forma de pensar y abordar sus zozobras.

Mediante el largo proceso de vagabundeo y andanzas, los seres humanos acumulan destrezas y conocimientos, amén de experiencias, que difícilmente adquirirán a través de un manual. Porque, al visitar un paisaje nuevo o un país desconocido, tenemos la atención más presta de lo habitual, como la de un bebé-esponja. Ahora despierta nuestro interés una cosa, luego otra, y así con todo.

Por ejemplo, muchos de los que siempre han vivido en el mismo lugar apenas han visitado los lugares que los turistas se afanan en visitar, porque solo viajando tenemos el sentido de la maravilla a flor de piel y nuestra predisposición es “quiero empaparme de todo, desde lo más mundano hasta lo más extraordinario”. Tal y como lo explica David Brooks en su libro de divulgación El animal social:


{Esta receptividad se produce sólo cuando estamos físicamente ahí, no cuando leemos sobre un sitio, sino sólo cuando estamos en el escenario, inmersos en él. Si no visitamos realmente un lugar, no lo conoceremos. Si sólo estudiamos los números, no lo conoceremos. Si no nos acostumbramos a su gente, no lo conoceremos. Como dice un proverbio japonés, “no estudies algo; acostúmbrate a ello”.
}

Nuestras mentes aborrecen la incertidumbre, la ignorancia, la ambigüedad, de modo que anhelan que la nueva información venga bien empaquetada y presentada, como la que encontramos en un libro de viajes.

No obstante, si nos enfrentamos a la realidad del viaje, donde casi nada obedece a un orden, donde encontramos caos y vicisitudes impredecibles, entonces, en aras de reducir la incertidumbre, nuestra mente la mente quiere hacer evaluaciones instantáneas sobre todos los detalles sensoriales que recibe, archivar datos nuevos con alguna teoría. Este deseo de ordenar todo lo que vemos es lo que propicia que nuestros sentidos estén tan permeables con todo lo que nos rodea.

Sobre todo si nos enfrentamos a personas que proceden y piensan de formas radicalmente distintas a las nuestras:


{Está desarrollando una sensación para este paisaje nuevo. ¿Cómo cae la luz? ¿Cómo se saludan las personas? ¿Cuál es el ritmo de la vida? El inconsciente está intentando percibir no sólo los individuos, sino también los patrones entre ellos. ¿Hasta qué punto estas personas trabajan estrechamente? ¿Cuál es la noción común tácita de autoridad e individualidad? La cuestión es describir no sólo los peces en el río, sino también la naturaleza del agua en que nadan.
}

Viajar de verdad es necesario, en suma, para crearnos nuevos mapas mentales, que implican tanto razones como emociones, teorías como experiencias, imaginación y realidad. Hasta el punto de que lo que parecía enormemente complejo parezca de repente maravillosamente simple, y viceversa. Así que dejad de leer aquí ahora mismo y coged la maleta.
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