Corría el año 2001.
Julio Medem buscaba para su nueva película un escenario capaz de estar a la altura de esa Finlandia mágica que a todos sedujo como paisaje de fondo, misterioso y sutil, en Los amantes del Círculo Polar. No quería esta vez un sol de medianoche, quería luz, mucha luz, naturaleza en su estado más salvaje, algún lugar solitario donde trenzar una complicada historia de amor y recuerdos, quizás a la orilla del mar. Entonces pensó en Formentera. Y Formentera se convirtió en ese imán que en Lucía y el sexo atraía a los espectadores hasta las entrañas mismas de la pantalla. Todo el mundo quería llegar hasta allí, alquilar una motocicleta, sentir el pelo alborotado al viento, encontrar ese faro casi en medio de la nada y deslizarse por alguno de los agujeros del suelo de los que hablaba Lorenzo, el protagonista: 'Caer en ellos no te hace morir sino cambiar de rumbo y reaparecer en otra parte'. Reaparecer tal vez, por qué no, en esa playa que no era el Caribe pero se le parecía bastante, hacia la que ella, Lucía, recién llegada a aquel destino, se dirigía para bañarse desnuda en sus aguas. Si la isla habitada más pequeña del archipiélago balear existe tal cual Medem la retrató, esta playa también existe, no es ningún sueño. Es real, está en el norte, se llama Ses Illetes y su tramo final tiene forma de flecha.
Praderas de posidonias
Un canal de poco más de tres kilómetros separa Ibiza de Formentera, una isla muy llana, casi plana, a la que solo es posible acceder por mar. Es ese aislamiento el que ha permitido la conservación de su vasto patrimonio, cuyo catálogo no está compuesto por edificios o monumentos suntuosos sino por amplias zonas dunares, higueras que parecen esculturas en medio del campo, bosques de pinos, sabinares' Y también, cómo no, veinte kilómetros de playas, la mayoría vírgenes, como Ses Illetes, en la península de Trucadors, entre Punta des Pas y la platgeta des Carregador. Hasta aquí podemos llegar en ferry desde el puerto de La Sabina, aunque la forma más idílica sería hacerlo a pie o en bicicleta.
Situada en el punto más al norte de la isla de Formentera, la zona es famosa en todo el planeta por su arena inmaculadamente blanca y sus aguas cristalinas. El motivo de esa transparencia hay que buscarlo en las profundidades, ya que sus fondos están cubiertos de praderas de posidonia oceánica, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, que actúan como depuradoras que limpian y oxigenan el agua y permiten la sedimentación de la arena en el litoral. Una verdadera selva submarina que constituye el ecosistema más importante del Mediterráneo, con ejemplares de más de cien mil años de antigüedad.
Entre islotes y dunas
Para llegar por tierra a nuestro destino final, la ruta tiene que comenzar en La Sabina para continuar, después, rumbo al Estany Pudent, la laguna salada preferida por los flamencos y que está cerrada al mar por formaciones dunares. Un lugar especial: cuando sopla el viento a ras del agua hace volar con él copos de espuma salada que ruedan por el camino que la bordea. La laguna y Ses Illetes, cuyo desvío aparece ya en el extremo norte, son una parte esencial del Parc Natural de Ses Salines d'Eivissa i Formentera, con casi 1.800 hectáreas de superficie que se extienden por el vértice sur de Ibiza, el norte de Formentera donde nos encontramos y los islotes que separan ambas islas.
Ses Illetes hace referencia en su nombre a estos islotes que la rodean, que no son pocos: Illa des Ponent, Illa de Tramuntana, Escull des Pou, Illa Rodona, Escull d'en Paia y Racó des Palo, en el sur, y S'Espalmador, en el norte, justo enfrente de Es Pas, donde va a morir la playa. Hasta S'Espalmador podríamos llegar nadando, pero las fuertes corrientes marinas hacen muy desaconsejable esta opción. Mucho mejor es subirse a un barco. Merece la pena, ya que esconde auténticas maravillas en su interior, como la extensa playa de S'Alga, y curiosas edificaciones, como Sa Torreta, una torre de vigilancia construida en el siglo XVIII, y una casa payesa.
Un entorno rural
En esa lengua de arena blanca, bañada por el mar en ambos lados, donde culmina Ses Illetes, siempre hay que prestar mucha atención a la dirección del viento. Si sopla de levante, hay que bañarse en la orilla de la izquierda, con la vista puesta en el islote de Es Vedrá. Si sopla de poniente, en el flanco contrario, que mira hacia la vecina playa de Llevant. Solitaria en invierno, suele tener un nivel de ocupación muy alto en verano, con yates y veleros pintando siempre su horizonte. Con sus intensos tonos de azul, el Mediterráneo parece distinto en Formentera, que ha sabido encontrar con el paso del tiempo el equilibrio perfecto entre turismo y respeto por el medio ambiente. Un ejemplo de ello es la existencia de hasta catorce puntos de recarga para vehículos eléctricos diseminados por toda la isla, cubierta por una tupida red de caminos que vertebran un entorno rural que es posible descubrir a través de doce rutas verdes que se pueden realizar a pie o sobre dos ruedas. Una excusa perfecta para descubrir el hermoso interior de la isla después de bañarnos de luz y de sol en Ses Illetes y disfrutar de una caldereta de langosta, como la que sirven en Es Molí de Sal, un antiguo molino de la vieja industria salinera de Formentera.