Sé testigo del valor de los clavadistas que se lanzan desde este mítico acantilado hacia las aguas del océano.
El despeñadero conocido como La Quebrada ha sido una de las mayores atracciones de Acapulco desde 1934. Sin tener un entrenamiento profesional, los nativos han aprendido a lanzarse desde un precipicio hacia las olas que se estrellan 45 metros más abajo. Son recibidos por una poza con una profundidad menor a cuatro metros. Diariamente hay cinco presentaciones de estos valientes deportistas; las más espectaculares e inolvidables son las nocturnas, pues se lanzan portando una antorcha en cada mano. Existe un mirador público desde donde podrás apreciar el salto a cambio de una propina para los clavadistas. La mejor vista, sin embargo, la proporciona el club La Perla, aunque la entrada tiene un costo.
Si ya has presenciado este espectáculo, seguramente te preguntarás cómo los acróbatas logran “salirse con la suya” ante una situación tan difícil. Jorge Mónico Ramírez Vázquez, miembro de una familia de clavadistas que ha realizado este acto durante tres generaciones, explica: “La noción del tiempo es clave para un buen salto. La caída dura tres segundos y las olas altas, que marcan el momento para entrar al agua, duran sólo cinco. Tenemos apenas un margen de error de dos segundos”.
Jorge trabaja de 8 a 10 de la mañana y realiza dos saltos durante cinco días de la semana. La meditación y la oración son parte de su rutina. El miedo está presente en cada clavado, sin importar cuántos haya realizado en su vida. Si un clavadista comienza su carrera a los 17 años y se retira a los 45, realizará en total unos 15 mil 560 clavados. Muchos han sufrido accidentes, principalmente como consecuencia del impacto al entrar al agua. Sin embargo, es sorprendente que nunca se hayan registrado decesos en esta arriesgada actividad.