Cannaregio, el secreto mejor guardado de Venecia
En este distrito se refugia la genuina Venecia, antes poblada por ex presidiarios y almacenes para los mercantes de la Ruta de la Seda y hoy llena de ateliers, centros culturales y galerías que viven un nuevo Renacimiento.
Cuesta penetrar en la camaradería cultural de Cannaregio. Pero, al lograrlo, se entiende la nueva cruzada histórica de la ciudad en pos del turismo sostenible.Tal vez corra la suerte del Mitte berlinés, en los pasados años 90, caído el Muro y de moda su estilo alternativo. O acuse la especulación del Eastern de Londres, rediseñada chic la orilla fabril del Támesis. Puede que le espere el devenir pintoresco de la Butte parisina, en su día habitada por la bohemia de Picasso. Acaso deje de ser pronto la reserva espiritual y espirituosa de artistas que Venecia necesita para seguir siendo Venecia. Pero de momento mantiene su desenfado y su ángel, sus trattorias, arcos bizantinos y jardines. La genuina Venecia se refugia en Cannaregio, conservando redes de pescador y memoria isleña anterior al puente con que los Habsburgo la unieron a tierra firme.
El distrito de Cannaregio fue islote original de cañaverales. Fondearon los mercantes de la Ruta de la Seda en su muelle, hoy de recreo. Pasaron ocho siglos, la poblaron ex presidiarios y los almacenes de aquel monopolio comercial con Oriente han terminado en el caleidoscopio de ateliers, centros culturales y galerías de un nuevo Renacimiento en Venecia. El acceso a Cannaregio por la calle Priuli, dando esquinazo a su atestada Strada Nuova, revela cómo Venecia se repliega sobre sí misma. Tan a solas te enfrenta a las fachadas de piedra labrada y contraventanas de madera por una estrecha calzada, que contempla hasta tres sotoportegos (pasajes típicos de Venecia para comunicar calles y edificios), para que su túnel del tiempo cobre dimensiones reales bajo viga vista. Apenas indicado por un bajorrelieve y con taller de zapatero remendón dentro, el primero te conduce a la Fondamenta de la Misericordia. El segundo muere a pie de canal. Y el tercero penetra hasta la Corte del Lovo, patio vecinal con una profusión de tiestos y profundidad de campo que deja boquiabierto. El secreto mejor guardado del angosto y laberíntico Cannaregio está en sus pulmones, en sus insospechados jardines interiores. Jardines monásticos como el del Cottolengo. Jardines públicos, caso el que desvela su Centro Cívico. Jardines, cómo no, señoriales, en el entorno de la Fondamenta Ormasini, que debe su nombre a los asentandores medievales llegados del Estrecho de Ormuz.
Amores y emboscadas
Tres modelos de luz al final del túnel definen atajos y puntos de fuga en este distrito, habituado a los amores clandestinos, el espionaje y las emboscadas. Que se lo pregunten al libertino Casanova... Sin embargo, también se adscribe a la monumentalidad de iglesias como la jesuítica, la de Sant'Alvise, Sant'Ipi Duni y la renacentista de los Milagros. Es más, aparte de su puente de las Agujas con cuatro pináculos, Cannaregio cuenta con el de San Giobbe, el único de los 500 en Venecia con tres arcadas. Una imprenta, dos salas de teatro independiente y la entrada a otros tantos palazzos deja ver la calle de Santa Caterina antes de vislumbrar las islas de Burano y San Miquele. El palazzo Pesaro-Papafava lo ocupa la universidad Warwick, reeditando la formación clasicista del Grand Tour, peregrinación obligada por Italia para todo artista decimonónico. El otro palazzo lo fundó en el Quattrocento la familia Bianchini, en origen artesana del mosaico, con el culto a Santa Caterina de Siena. Ambos palazzos tienen majestuosa entrada por el Canal de Cannaregio, divisado desde la Fondamenta de l'Abazia. Y con puertas al Gran Canal, al costado sur del distrito, quedan el palazzo de Vendramin y el Ca d'Oro, los dos más celebrados. Wagner, que habitó el Vendramin, nunca imaginó que ahora sería casino...
Dicen que el gótico Ca' d'Oro trajo la ruina a cuanto noble lo compró. No así a Tota Fraino, la restauradora del barrio que lo adecentó tal cual se ve hoy. Abiertas a la laguna norte por la Bahía de Re, el Chiovere y San Girolamo, habitan Cannaregio veinte mil de las sesenta mil almas que tiene Venecia, al noreste de la Ferrovia. Y su dédalo urbano se anuncia intemporal, también, a pie del Puente Le Giuglie. Otro sotoportego, uno más en su intrincada tela de araña, te lleva bajo sol chico al gueto judío, cuyo Campo Vechio nació fragua en el Quatrocentto. Gettare significa fundir en italiano, bautizó gueto a tal comunidad y, por extensión, a todas las posteriores en Europa. Allí los hebreos mantienen sus finanzas en el Banco Rosso. Allí está la scuola española y tedesca, una sinagoga-museo, casa de reposo y un cementerio venerado por Lord Byron. Es allí donde vive Claudio Cinti, editor amanuense de Sinopia, último de su especie en cuanto a mimo y buen gusto para con la poesía. La salida del gueto a Ormasini detiene al turista en la primera línea de cafés, enotecas y trattorias que da la bienvenida a Cannaregio, a lo sumo con visita a la Iglesia de la Madonna dell Orto, donde se enterró al pintor Jacobo Tintoretto, no lejos de su atelier tardo gótico, en la trasera Fondamenta dei Mori.
Tres fondamentas más, paralelas a ella, ponen rumbo al costado septentrional de Venecia, entre conventos, cortiles no anunciados de artesanos, altanas de pintor y hangares. Nada, en fin, que llame bulliciosamente la atención, más allá de los bajorrelieves otomanos de Rioba, Sandy y Afani, mercaderes del Peloponeso que allí levantaron en el año 1112 el Palazzo Mastelli, con el huecograbado de un camello en su fachada. La convivencia artística del barrio transita con santo y seña de cena en party casero, salvo si se inaugura una mostra, por ejemplo, en el Spazio Arti dei Mori, donde la pintora japonesa Yasuosumi, epígono del movimiento Gutai, cede su galería a las iniciativas de la arquitecta Andreina Visconti y su Asociazione Fondamenta. El fotógrafo Francesco del Negro acaba de exponer en ella su proyecto Body Mount, el autor plástico Pietro Russo tiene su atelier en el propio Campo di Mori, para mayo el Festival Parole nel Mondo convoca allí poesía hispanohablante y, en septiembre, A Venecia se llamará el hotel artístico que el barrio necesita, para alojar a poetas como el albanés Gezim Hajdari, candidato al Nobel, al sudafricano Douglas R. Skinner, a Gintaras Grjauskas y Jakob Ziguras, que en abril protagonizaron el recital In Croce de Civilitas, a iniciativa de la universidad Ca' Foscari.
Turismo sostenible
A la lógica actividad bajo techo de las ciudades norteñas se suma, en Venecia, la mirada de reojo al visitante que la invade en masa, consume decadentismo y se marcha con souvenirs made in China. Cuesta penetrar en la camaradería cultural de Cannaregio. Pero, al lograrlo, se entiende la nueva cruzada histórica de Venecia en pos del turismo sostenible. El aprecio actual a Venecia no compra solo reproducciones de Tiziano o Tintoretto, sino originales de sus artistas en activo, valorando su modus operandi, su idiosincrasia cosmopolita. Flavio sigue trabajando en una herrería, callejón de la Fondamenta Nova adentro, para dar soporte único al cristal de Murano, soplado ya industrialmente. Miño y Valeria sostienen la tradición local del mosaico y el artesonado. Hace lo propio Papussa Calegheri, en tanto Nicolao se dedica a la alta costura y la entente Giovi & Paolo, sin abandonar tal Fondamenta, restaura ebanisterías. También vive en la parroquia la profesora María del Valle Ojeda, que junto a Susanna Regazzoni sostiene el aprendizaje universitario de letras hispánicas. La crisis halló a los activistas de Cannaregio sin más ostentación que el placer del trabajo vocacional y a mano. Igual que a Cristina Contini, conservadora del Museo Fortuny, cuando de vuelta al palacete familiar hunde sus dedos de escultora en el barro. A pie por el Ramo de los Mudos se accede a la residencia taller de Cristina. Sigilosa viene a ser hoy la escena artística de Venecia, que reciclaría cualquier meca demodé de las bellas artes. Mil años lleva Venecia de moda. Pasarán otros mil para que suban al Parnaso sus creadores contemporáneos. Mientras, los cineastas Joachim Ronning y Espen Sandberg comenzaron a rodar una teleserie sobre Marco Polo, hijo predilecto del distrito, repoblando de vestuario medieval la Abazia. Su superproducción se estrena a final de año.
Claves del callejero veneciano
Fondamenta se denomina en Venecia a la acera paralela a un canal de agua. Sesitiere equivale a distrito. Corte y cortile viene a ser un patio abierto de vecindad. Campo y campiello, suertes de plazoleta. Por sotoportego se entiende un pasaje o pasadizo techado de calle a calle. Y, al hablar propiamente de calle, en Venecia nos referimos a una estrecha calzada, que cambia de nombre tras el puente con que salva cuanto canal la atraviesa. Conviene saber, además, que en esta ciudad-laberinto no existe el concepto de 'vuelta a la manzana': muchas de sus vías terminan en el agua. Por otro lado, la numeración cardinal de las casas en sus calles, vías o stradas se remiten al orden cronológico con el que se levantaron en su distrito. Así las cosas, las viviendas de una calle con apenas cincuenta metros pueden llevar numeraciones hasta de cuatro cifras, caso de la que comienza llamándose Priuli cuando parte de la Strada Nuova, que conduce sin cesar turistas de la estación de tren al Puente de Rialto y a San Marco.