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Caprichos de Capri

Nota sobre Caprichos de Capri

Es una islita, 10,4 kilómetros cuadrados; sus farallones blancos parecen manos cerradas, puños, pero su mérito no está en que sea grande y famosa a pesar de su pequeñez y de su lejanía.

El verdadero lujo de Capri no está en las tiendas exquisitas, no está tampoco en la huella perfumada de sus múltiples multimillonarios, ni en los helados artesanos e inolvidables, ni en los restaurantes lujosos o las vistas hermosas e infinitas, ni en las callejas que parecen argumentos de novelas de ensueño. Su verdadero lujo está en la memoria que almacena este islote bellísimo al que alguna vez se dio por muerto. Capri c'est fini. Pues no, Capri es infinito.

Esta isla que la caótica Nápoles tiene como vecina ha sido el faro al que han ido a vivir poetas y políticos, hombres cansados de amor, o hartos de que no los quieran, y políticos que huían hasta de su sombra. Rilke, Neruda, Stalin, Nietzsche, Malaparte'

El callejero de Capri te conduce de manera fiel, casi obsesiva, a la memoria de todos esos personajes, que vinieron aquí casualmente, por un mal o un buen amor, por un desengaño o por un engaño. Vivieron (Rilke, Neruda) en villas prestadas, que ahora siguen como fueron aupadas ante el Mediterráneo, faros en los que ellos hallaron inspiración o reposo.

Neruda vivió aquí su pasión por Matilde Urrutia. Rilke se hizo inscribir una lápida pidiendo que no le perturbaran su tristeza. Ahora el musgo alimenta sus entradas, y la leyenda llena de libros las minúsculas y muy bien dotadas librerías. De la historia de Neruda en la isla su paisano Antonio Skármeta hizo una obra memorable, El cartero de Neruda, que fue teatro y cine, y que ahora es más verdad que la mentira de la ficción. Es tan ficción, por otra parte, que tuvo que rodarse en una isla mucho más desierta, cerca de Capri, pues esta isla de ahora no tiene que ver con aquella mucho más artesana en la que, en 1952, Neruda escondió su identidad para escribir, con pasión y desenfreno, Los versos del Capitán.



A Neruda lo perseguía su Gobierno, que entonces era una dictadura, removió geografías amigas, lo intentaron echar de Italia, pero su amigo Giorgio Napolitano (que ahora preside la República) y otros comunistas de entonces consiguieron que su país no expulsara al poeta, que fue confinado a gusto en Capri. El cartero y la calle fueron su vida, la espera y la conversación, los bares, los restaurantes. Era, recuerdan los que oyeron recordar, desordenado y coleccionista; guardaba de todo y todo lo dejaba tirado, de modo que a veces fue la basura el lugar en el que se amontonaban sus colecciones arbitrarias y exageradas, de lo cual es testimonio tremendo la acumulación de Isla Negra, su casa chilena.

En Capri recuerdan que ese maniático que guardaba mascarones de proa, conchas marinas, piedras, llaves y lápices verdes no se enfadaba cuando tenía que ir al basurero a reencontrar sus hallazgos; como Picasso, no buscaba sino encontraba, y en el basurero de Capri halló a veces mejores objetos que los que había perdido.

A Alberto Moravia, el marido de Elsa Morante, que ayudó a Neruda a quedarse aquí exiliado, decía que Capri asustaba por su belleza extrema, ante una perfección que hace parecer a la isla como la metáfora ultimada de una isla. Es próxima, atracas en ella como quien llega a una mano que atrae, pero enseguida el enorme islote ejerce sus reglas: has de subir escalando, y siempre vas escalando en Capri', gracias a los ascensores que te van alejando del mar hasta depositarte en el montículo del que parten ya todas las callejas. Es una isla y es el Mediterráneo. En el verano esa luminosidad que se esconde en invierno (cuando Capri parece que se acaba) se refleja en un mar perfecto, azul como el cuadro de un pintor feliz. Demasiada perfección, adelantó Moravia, y subrayó Bertolt Brecht, que llegó, encontró la isla un lugar odioso y decidió volver al caos creativo del que provenía.

A Neruda le sucedió al contrario: en Capri se halló como quien se encuentra por primera vez con la belleza' Y la belleza eran Capri y Matilde. Aquí están juntas, en El viento en la isla: 'Escóndeme en tus brazos / por esta noche sola, / mientras la lluvia rompe contra el mar y la tierra / su boca innumerable'.

Los otros, como Rilke, vinieron a curarse una depresión, un mal aire, un problema amoroso que lo persiguió hasta allí cuando sólo tenía 21 años; Neruda vino a gozar, lo hizo. Escribió Rilke en aquella lápida que en aquella casa reposaba un hombre con el corazón muerto' Lo escribió en alemán, los habitantes de Capri no se enteraron en el bullicio de ese idioma que el hombre que ocupaba la elegante mansión que lo acogió (cerca de la que acogió a Neruda) padecía tales males del alma. Así que resumieron: está loco.

A Neruda le gustaba todo lo que daba la tierra; su sensualidad, que entonces seguía intacta; disfrutaba con la carne, los ajos, las cebollas; era feliz comiendo y caminando, mirando los pájaros altos, los gatos sin dueño, las conversaciones con los amigos simples. 'Porque, ¿qué te pueden dar los intelectuales? Una persona normal te da más que un intelectual'.

Neruda vivió en Capri en invierno. 'Entonces era aquí el rey y la reina de la isla', me dijo Renato Esposito, escritor, hotelero' 'Era un volcán que escribía en cualquier sitio', y en este caso su poesía, sus regalos, todo lo que hacía, tenía como destinataria a Matilde, a la que profesaba amor, y cuyo cariño, además, había sido acrecentado porque ella había perdido el hijo que concebía'


Capri es la reina de las rocas, la patria de Tiberio, el refugio de Curzio Malaparte, la inspiración de Adorno, el reposo de Máximo Gorki, y, en fin, la casa de la que surgieron como de una fuente de lava Los versos del Capitán. Es una isla que no se puede tocar solo por fuera, porque entonces te encontrarías con los cristales esmerilados de todos los escaparates, con el lujoso exterior que parece hecho para simular una enorme revista de moda, pues aquí están todas las marcas en un carrusel de oro. Y como el lujo hace tanto ruido, tienes que concentrarte mucho, evitar esas luminarias, imaginar la isla, por ejemplo, en invierno o en soledad, para sentir que, en efecto, como creen los nativos y como experimentaron todos aquellos visitantes, Capri tiene un ritmo, una respiración propia. Desprende la sensación de que su belleza va más allá de lo que se ve a simple vista mientras la andas.

Goethe decía que era el país en el que florecen los limones; sus farallones de color blanco, que custodian la isla, son como las manos de un gigante, y al atardecer esa pelambrera abundante se torna una escultura de cabello rosado, como algunas de las más contundentes de Eduardo Chillida. Es la Reina de las Rocas, sí, pero esa belleza que guarda en sus sombras la convierte también en la Reina de las Sombras. Aquí el tiempo es como una presencia física que tú puedes modelar; sucede en las islas, tienen su propio tiempo. Y Capri es capaz de hacer que el tiempo parezca infinito.