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Cerdeña, puro mediterráneo

Nota sobre Cerdeña, puro mediterráneo

Es la segunda isla mayor del Mediterráneo, unas siete veces más grande que Mallorca.

Salvaje y montuosa en gran parte, pero al tiempo orlada de playas y calas transparentes, aguas esmeraldas, con agitada historia y todo un mundo recóndito, ancestral, por descubrir. El norte granítico de la isla aúna parajes vírgenes con reductos de lujo adonde acuden ricos y famosos del 'gotha' mundial.

La visión de Porto Torres, al salir del barco, no es precisamente beatífica. Solo la Torre Aragonesa dulcifica un paisaje de grúas, contenedores y prisas. La población tampoco parece prometer mucho. Error: allí nos aguarda la primera gran sorpresa. La basílica de San Gavino. Románica, la más grande de la isla, alzada sobre otra anterior que amparaba la tumba de tres mártires, y de la cual se aprovecharon fustes y capiteles romanos. La cripta esconde sarcófagos paganos. Y la colonia Turris Libisonis yace esparcida casi al lado, en torno al Museo Arqueológico. Termas y tabernae (tiendas) flanquean el cardo o calle mayor, bien pavimentada. El puente romano de más de 130 metros se conserva en perfecto estado.



Pero vamos a explorar el norte de Cerdeña de la mano del sol, su fiel compañero (luce más de 300 días al año, dicen); o sea, nos vamos al extremo oriental. Allí donde la costa se desmigaja en un encaje de cabos, islotes, ensenadas y rocas de granito. El inicio de la Costa Smeralda, un invento de lujo reciente (lo lanzó el Aga Khan en los años 60). Allí está la célebre Villa Certosa de Berlusconi, en Porto Rotondo; el bunga-bunga resuena también en resorts donde una noche cuesta dos o tres mil dólares (en contrapartida, el norte sardo está bien equipado de hoteles y campings asequibles). El archipiélago de la Maddalena, enfrente, es un Parque Nacional apenas habitado. En Caprera, segunda isla en tamaño después de Maddalena, está la casa donde vivió Garibaldi los veintiséis últimos años de su vida. Es museo y lieu de mémoire sagrado, lo mismo que su vecina tumba.

Paisaje mágico

Santa Teresa Gallura es la población más norteña por esa zona; las casas de Bonifacio (Córcega) se pueden fisgar con prismáticos. Tiene un puerto abrigado, encajado entre muros de roca. Y de allí parte el camino hacia Capo Testa. Un paisaje mágico donde los haya. Rocas ciclópeas de granito, talladas por el mistral, el siroco y una legión de vientos, ofrecen una visión fantasmagórica de formas que espolean la imaginación y sugieren fantásticas criaturas. Caminando desde Cala Grande se puede uno adentrar en el Valle de la Luna. Allí vive una colonia de hippies de los años 60, es decir sesentones por partida doble. Los que podrían ser sus nietos, rastas, neohippies y hasta algún hipster camuflado, se les unen durante los veranos gracias, eso sí, a la tarjeta de crédito de papá, aunque allí les sirve de poco: viven en cuevas, como los antiguos pobladores de nuragas. Las nuragas son torres o restos de la llamada civilización nurágica. Vamos a encontrar muchas en nuestra marcha hacia poniente, arropadas por la densa macchia mediterránea, una mancha virgen de lentiscos, carrascos, algarrobos, mirtos, jaras, brezos, hinojos, madroños, agaves y chumberas, romero y tomillo, y también pinos, encinas y hasta olivos en las zonas menos desabridas. El granito gris se torna rojo en Issola Rossa, y los bravíos paisajes de montaña hacen pensar en el mítico film de los hermanos Taviani Padre Padrone: el paisaje no ha cambiado.

Nombre ilustres

Castelsardo es la población más ilustre que nos sale al paso. La fundaron los Doria (y se llamó Castelgenovese), se la apropiaron los aragoneses (y se llamó Castelaragonese), hasta que los Saboya le impusieron el nombre actual. Que se debe, claro, al castillo roquero que domina desde un teso el dédalo de cuestas y viviendas, y un litoral bravío que concede algunas playas y un puerto deportivo. Es una de las más bellas estampas de Cerdeña. Se visita el castillo y una diminuta catedral. A la puerta de algunas casas, las mujeres trenzan cestos multicolores con palma enana, y en las vitrinas de las tiendas tientan al paseante aderezos de coral rojo.

Siguiendo su línea hacia poniente, y pasando Puerto Torres, se llega a Stintino. Un pueblo creado para los pastores y pescadores que vivían en la isla de Asinara, cuando esta se destinó a lazareto y colonia penitenciaria en el siglo XIX. Stintino es un lugar limpio, delicioso, lleno de color, con el viejo puerto como buche, y otro nuevo algo más alejado. Desde este último se toman los barcos que, en diez minutos, llevan a Asinara, alargada y silvestre, que cierra por occidente el golfo al que da nombre. La isla es Parque Nacional. Hay un centro de acogida en Fornelli, que no es más que una cárcel de alta seguridad abandonada; estuvo en uso hasta 1997 y por ella pasaron mafiosos, camorristas o brigadistas, como Totó Riina, Bagarella y otros pájaros de cuidado.

Un equipo de guías (conviene contratar con antelación, son pocos) enseña la isla a lomos de todoterreno. También se puede recorrer por libre, a pie o en bicicleta; son 18 kilómetros de largo y una única carretera. Los paisajes son de contener el aliento; al este, calas y playas tentadoras pero prohibidas, arropadas por una vegetación salvaje; al oeste, acantilados bravíos y un mar glauco y espumoso. Por la isla corren en libertad jabalíes, caballos y unos asnos albinos casi ciegos, inermes frente al sol. Asinara fue uno de esos átomos de universo donde se fundían infierno y paraíso.

La costa del coral

Para ultimar la exploración del norte sardo hay que regresar a Porto Torres, y dedicar un tiempo a Sassari, la capital de la provincia. Lo más interesante, aparte del duomo y alguna iglesia barroca, es el Palacio de la Provincia, acabado en 1878 y usado para alojar a los Saboya en sus escapadas; se visita como museo. A pocos kilómetros, en Codrongianos, se yergue una de las mejores iglesias románicas de la isla, a bandas alternadas de piedra blanca y negra. Es la que aparece en la tremenda procesión de Padre Padrone; el pueblo real de la película, Siligo, queda más al interior. El norte sardo finaliza, a poniente, con el Golfo de Alghero y la Costa del Coral. Alghero es la Alger que conquistaron los aragoneses y dominaron los españoles, junto al resto de la isla, durante cuatro siglos (1326-1718). La bandera de Alghero es la senyera, hablan (pocos) un dialecto catalán, el algherese, y están tan orgullosos de sus raíces que han inventado la paella algherese. La universidad Pompeu Fabra tiene, en el casco viejo, una suerte de embajada, el Espai Llull. Los palacios e iglesias, así como los bastiones defensivos, responden al estilo gótico catalán. El trenino catalano pasea a los turistas por el casco viejo, delicioso y tan grande como un pañuelo.

Cierra el Golfo de Alghero por el norte un murallón calizo que acaba en Capo Caccia y algunos islotes edecanes. Son parte de una reserva marina. El bosque que circunda esa punta es también Parque Natural. En él se esconden un par de poblados nurágicos, la necrópolis rupestre de Anghelu Ruiu y varios hoteles privilegiados (como El Faro, donde pasan sus vacaciones Roger Moore y otras estrellas). Capo Caccia no es aconsejable para quienes sufran vértigo o anden flojos de rodillas. Hay que bajar 660 escalones (¡y luego subirlos!) para llegar a la Grotta di Nettuno, el vientre del gigante calcáreo. Las bóvedas grandiosas, los lagos oníricos, las torres y haces de estalactitas amortizan el precio de la entrada.

Alghero es lo más turístico del norte de Cerdeña. Allí se puede gustar cocina tradicional sarda, comprar queso pecorino, torrone (turrón) y vinos locales como el vermentino o mirto (licor). También escuchar el canto pastoril y bronco de agrupaciones tradicionales que animan la agenda cultural, un canto que resume el alma ruda de los antiguos isleños. Alghero brinda suficientes reclamos para volver.

Gigantes, bandidos y cabras

La llamada civilización nurágica es algo singular de Cerdeña y marcó el paso del neolítico a las edades del bronce y del hierro (es decir, del 1800 al 500 a.C.). Su nombre se debe a la nuraga (nuragu en sardo, nuraghe en italiano), torre de bloques ciclópeos rodeada de escuetos poblados de cuyas chozas queda apenas la huella circular. En la isla se han localizado unos seis mil poblados; el norte está plagado de ellos (cerca de Alghero, en el Valle dei Nuraghi, están los más llamativos). La torre puede albergar una o más cámaras superpuestas, con cubierta de falsa cúpula (es decir, hileras que se van cerrando). Puede también ir acompañada de otras torres o construcciones anexas. Asociadas a estos poblados se encuentran a veces las que llaman los isleños 'tumbas de gigantes': se trata de necrópolis que fueron variando su tipología con el paso del tiempo. Muchas de las nuragas se han conservado gracias a que sirvieron de cabañas para los pastores que dormían en el monte para proteger a sus rebaños de los temidos 'banditi': otra 'especialidad' sarda hasta tiempos recientes.