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Colombia, un café y a bailar

Nota sobre Colombia, un café y a bailar

Colombia es uno de los últimos descubrimientos de Sudamérica para el turismo. Un país muy variado —que dejó atrás el estigma de la delincuencia y la guerrilla— con playas e islas tropicales, encantadores pueblos coloniales, haciendas en las que dormir entre cafetales, montañas de nieves perpetuas, desiertos, selvas y rincones que parecen salidos de una novela de García Márquez. Estos son 10 lugares recomendables en una visita a Colombia.



Isla de Providencia



Palmas de cera en el valle de Cocora (Quindío), que pueden llegar a los 80 metros. / ANDREW BAIN

La isla más singular y atípica del Caribe latino es este pedazo de tierra de 17 kilómetros cuadrados, a un tiro de piedra de las costas nicaragüenses, que por azares de la historia quedó bajo soberanía colombiana. Sus habitantes, de origen afrocaribeño, se han negado con rotundidad a que entren cadenas hoteleras y megaproyectos turísticos que cambien la faz de su isla. Son ellos los que controlan los establecimientos turísticos, en vez de grandes empresas o multinacionales.



Paisaje Cultural Cafetero



Es la marca turística que promociona un triángulo montañoso en la cordillera occidental de Colombia, entre las ciudades de Armenia, Pereira y Manizales, donde se cultiva, dicen, el mejor café de Colombia. Lo que quiere decir el mejor café del mundo. Un paisaje domesticado y modelado por el hombre desde hace siglos hasta formar un escenario de suaves y verdes colinas con interminables plantaciones de café, tan perfectas y simétricas como las cuadrículas de un crucigrama. Muchas de las viejas haciendas han sido transformadas en alojamientos rurales.



Cabo de la Vela (La Guajira)



La Guajira ocupa el extremo norte del país; una península lejana, aislada, conflictiva, que se adentra en el Caribe y que comparte con Venezuela. Uno de los lugares más interesantes es el Cabo de la Vela, una aldea de humildes ranchitos de yotojoro y una única calle a lo Far West que bien podría haberse caído de una novela de García Márquez. No llega ni la energía eléctrica ni el agua canalizada, y el hospedaje es de lo más básico. Un sitio alejado de todo, pero cada vez más frecuentado por viajeros atraídos por la belleza de un desierto costero de luces inquietantes y colores arrebatadores.



Leticia



Frutas exóticas en Leticia, en la cuenca del Amazonas de Colombia. / KIKE CALVO

Es la capital del Amazonas colombiano. Una ciudad de frontera, hecha a avalanchas. Leticia queda a dos horas de vuelo desde Bogotá, en medio de la selva más tupida, e incomunicada del mundo por tierra. Solo se puede llegar en avión o en los lentos barcos de pasaje y carga que recorren el Amazonas hacia Iquitos o Manaos. Una circunstancia que acrecienta la sensación de lejanía; la justificación del misterio y la aventura que rodean el topónimo Amazonas.



Mompox



Hace tiempo que el tiempo se detuvo en Mompox. En este pueblo perdido en un brazo del bajo Magdalena, a 250 kilómetros de Cartagena, si algo sobra es silencio y sosiego. Fue uno de los puertos fluviales más importantes del río Magdalena durante la colonia. Pero el cauce se fue anegando y los barcos grandes con sus panzas llenas de riquezas cambiaron de ruta. Mompox cayó en el olvido y allí sigue, abrasado por el calor del trópico, con las mismas calles y plazas, las mismas casas coloniales de barro y cañabrava y las mismas iglesias barrocas que si el reloj se hubiera detenido en un soleado mediodía del siglo XVIII.



Villa de Leyva



 Es una de las 17 localidades agrupadas bajo la marca Pueblos Patrimonio, que trata de proteger y promocionar a esas villas colombianas donde la modernidad no logró arrasar la belleza de su arquitectura popular ni la autenticidad de sus costumbres. Lo más sorprendente de Villa de Leyva es la armonía del conjunto arquitectónico: todas las casas son de estilo colonial, con sus muros enjalbegados y sus ventanas y balcones pintados de verde. Ni un solo ladrillo desentona en este pueblo, que tiene una de las plazas más amplias de Colombia.



Cartagena de Indias



Centro histórico de Cartagena de Indias, en Colombia.

Una ciudad mágica de palacios e iglesias, de buganvillas y balcones, de patios frescos y ventanas con celosías de madera, de murallas y baluartes, que igual podría estar aquí en el Caribe que en Extremadura o en Andalucía. Hay que dar un paseo nocturno por el centro amurallado de Cartagena, pasar bajo la puerta del Reloj, deambular por la plaza de los Coches, dejarse caer por la catedral y subir por el camino de ronda de sus murallas para empaparse de este urbanismo de plazuelas y soportales que transportan al viajero unos cuanto siglos atrás.



La Ciudad Perdida de Teyuna



En los años setenta, unos huaqueros (expoliadores de yacimientos arqueológicos) descubrieron de forma casual uno de los grandes centros ceremoniales de los tayrona, la tribu que dominaba esta zona del departamento de Santa Marta a la llegada de los españoles. La Ciudad Perdida de Teyuna se extiende por unas 30 hectáreas en una ladera boscosa de la Sierra Nevada, a 1.200 metros de altitud. Fue construida hacia el año 700. Es el Machu Picchu de Colombia. La única manera de llegar a ella es mediante un apasionante pero duro trekking de cinco días de duración por trochas selváticas.



Parque nacional Tayrona



Orquidiario del Jardín Botánico de Medellín, obra de los equipos B Arquitectos y JPRCR. / ROBERT HARDING

El Tayrona comprende una estrecha franja costera entre el mar Caribe y la montaña más alta de Colombia, la Sierra Nevada de Santa Marta, que, pese a estar junto al mar, se eleva hasta 5.700 metros de altitud en el pico de Simón Bolívar. Es la montaña más alta del mundo junto al mar y mantiene en sus crestas nieves perpetuas y varios kilómetros cuadrados de glaciares. Por eso el Tayrona es tan especial: un trozo de costa con morfología, microclima y una flora diferente al resto de la costa caribeña. Es uno de los paisajes de litoral más bellos del país.



Palenque



Palenque es un pueblo a una hora por carretera de Cartagena donde habitan mayoritariamente descendientes de cimarrones, esclavos negros que huyeron durante la colonia a las montañas para recobrar la libertad. Es un pueblo sin atractivos arquitectónicos, pero con una cultura, una lengua y unas tradiciones tan interesantes que fue declarado patrimonio inmaterial de la humanidad.