La Costa Azul
En cualquiera de sus dos formas, Costa Azul o Riviera francesa, el nombre comercial de la costa de la Provenza sacia de glamour la boca de quien lo pronuncia.
No es para menos, aquí se creó y sigue evolucionando la fórmula más exitosa del turismo: sol y playa. La Costa Azul es ostentosa, excesiva y descarada, pero con una elegancia difícil de encontrar en cualquiera de las 'rivieras' que han seguido sus pasos.Todo empezó, una vez más, por la búsqueda de una panacea. A finales del siglo XVIII, los baños de mar se pusieron de moda en toda Europa como remedio para múltiples dolencias. De una manera bastante ortopédica y con la ayuda de un asistente o zambullidor, damas y caballeros se sumergían en las playas del sur de Inglaterra. El problema era que el clima desaconsejaba el baño demasiado a menudo por muy terapéutico que fuera. Así que los ingleses pusieron los ojos en un humilde tramo de costa de la Provenza a caballo entre Francia e Italia que se convertiría en el destino de invierno por excelencia para las clases adineradas de toda Europa.
Todo empezó en Cannes y fue, por supuesto, un inglés, el político Henry Peter Brougham, quien la puso de moda al instalarse en el por entonces pequeño puerto pesquero. Más tarde vendrían Leopoldo II de Bélgica, Napoleón III y, finalmente, la reina Victoria, que terminó de consagrar la zona ya por entonces conocida como Côte d'Azur. Durante los años 20 el lujoso Train Bleu transportaba a los visitantes británicos desde Calais hasta Niza en vagones de primera clase.
La Riviera es la historia del baño, de los bañistas y de los bañadores. Y es que en las playas de la Costa Azul pudieron verse los primeros bikinis a finales de los 40 mientras en el resto del mundo se consideraban descarados cuando no pornográficos. Y así siguió siendo hasta que en 1956 Brigitte Bardot rompió todos los esquemas con sus sensuales escenas de playa en Y Dios creó a la mujer y de paso convirtió Saint Tropez en lugar de fama mundial. El pequeño pueblo pesquero se transformó en un sinónimo de desenfreno y derroche veraniegos para la incipiente jet set. La playa de Pampelonne volvió a ser motivo de escándalo cuando en plena revolución sexual de los 60, unas recientemente liberadas señoritas comenzaron a practicar el topless sobre las arenas de Saint Tropez.
Ese espíritu liberal y atrevido sigue atrayendo a escritores y artistas que, además de buscar la inspiración en la luz del Mediterráneo y los paisajes de la Provenza, pueden disfrutar del ambiente cosmopolita y, con un poco de suerte, conseguir el mecenazgo de algún rico benefactor. En busca de todo eso, Picasso llegó a Antibes con su compañera Françoise Gilot en 1946 tras vivir la dureza de la ocupación nazi en París. Se le ofreció el uso como estudio de una de las salas del Chateau Grimaldi, un castillo medieval convertido en museo. Picasso, encantado, pintó allí una serie de obras cargadas de un optimismo representado en La Joie de Vivre. Al partir dejó sus obras en el ahora llamado Museo Picasso, que es, junto a las playas de Golfe Juan, una de las principales atracciones del Cap d'Antibes. Desde entonces la vida y la muerte del artista malagueño quedaron ligadas a la Costa Azul y a la Provenza, por lo que este año la región le dedica varias exposiciones, además de un itinerario por los lugares donde residió.
Fue también la Segunda Guerra Mundial la que provocó que el Festival Internacional de Cine de Cannes, cuya primera edición se programó para 1939, se iniciara finalmente en 1946. Desde entonces, el Festival descarga cada mes de mayo algunas toneladas extra de glamour en la playa de la Croissette. Y es que es prácticamente imposible encontrar el nombre de una personalidad de fama mundial que no haya residido o visitado la Costa Azul. Los muy ricos eligieron para sus villas la península de Cap Ferrat, cerca de Niza. Leopoldo II de Bélgica inició la tendencia al construir aquí su enorme mansión. Testimonio de aquella época es la villa de Beatrice Ephrussi de Rothschild, convertida en museo y en la que se pueden admirar los objetos que coleccionó la rica heredera de la saga Rothschild. El escritor Somerset Maugham adquirió la villa del confesor del rey belga en Cap Ferrat en la que vivió el resto de sus días.
La Moyenne Corniche, la mítica carretera que sobrevuela la costa, conecta Niza con Menton, la soleada localidad en la frontera con Italia. Desde la Corniche baja la carretera hacia Mónaco, en la que la Princesa Grace perdió la vida en 1982. El feudo de los Grimaldi, criticado en ocasiones por una cierta vacuidad nuevoriquista, no ha perdido un ápice de encanto para la jet set. La exención de impuestos para sus ciudadanos es un imán para toda clase de exiliados fiscales que disfrutan además de un programa social de inigualable glamour que incluye conciertos, automovilismo y, cómo no, el Baile de la Rosa. Viendo el atasco de Ferraris, Porches y Bentleys uno se pregunta si Mónaco no seguirá siendo, como dijo Somerset Maugham, "un lugar soleado para gente sombría".