Italia

Marina Piccola Capri

'Y luego, el mar de Capri en ti, mar extranjero, detrás de ti las rocas, el aceite/ la recta claridad bien construida'.

El poeta chileno Pablo Neruda vivió en Capri y Capri se instaló para siempre en sus versos. La isla italiana, que exhibe sus casi 11 kilómetros cuadrados de superficie frente a la península Sorrentina, siempre ha tenido algo de escondite especial y mítico, de lugar aparte en el mundo, por mucho que el ferry que hasta aquí llega todos los días nos recuerde que tan solo estamos a media hora de Nápoles. Tan cerca y tan lejos'

El mar Tirreno ha moldeado su perfil encrestado a lo largo de los siglos, aunque fueran tal vez los dioses quienes decidieran dibujarla así, tan perfecta, para que sus hijos predilectos pudieran gozar plenamente de ella. Augusto amó a Capri y también la amó Tiberio. Ambos elegían siempre para sus desembarcos la Marina Piccola, puerto y playa, playa y puerto, de reducidas dimensiones, como bien hace suponer su nombre, pero capaz de despertar grandiosos deseos a lo largo de la historia. Y no solo en emperadores. Enmarcada por acantilados rocosos, este fue, durante los años 50 del pasado siglo, el rincón favorito de las grandes estrellas de Hollywood, que se sentían a salvo aquí de las indiscretas cámaras de los paparazzi. Verde mar, casas blancas, azul cielo' La isla de Capri es el destino soñado, un refugio para los elegidos.

Un paseo en zigzag

La mejor forma de acceder a la Marina Piccola, que se encuentra localizada a los pies mismos del monte Solaro, es a través de la vía Krupp, llamada así en honor del industrial alemán que decidió construirla. Friedrich Alfred Krupp era, a finales del siglo XIX, un magnate del acero, y de su fábrica salía buena parte del armamento que abastecía a los países de Europa. Su afán por proteger a los trabajadores, algo inusual en aquella época, le granjeó siempre muy buena fama y, seguramente, contribuyó a mejorar su cuenta de beneficios. Gracias a ese éxito, Krupp solía disfrutar de largos periodos vacacionales, la mayor parte de los cuales transcurrían en la isla de Capri.

Su hotel de referencia era el Quisisana y su playa predilecta, la Marina Piccola. Un día se le ocurrió que podría unir el interior con la costa mediante la construcción de un camino que, de alguna manera, pudiera sortear el imponente acantilado. Este paseo peatonal en zigzag, construido en el año 1902, está considerado actualmente no solo una gran obra de ingeniería, sino una auténtica obra de arte que permite disfrutar de unas vistas realmente privilegiadas antes de poner un pie en la arena. Una arena en la que Krupp solía descansar a la espera de la llegada de los barcos científicos preparados para el estudio de la biología marina, su gran pasión. Aunque en la playa, parece ser, había sitio para otros placeres mucho más mundanos: cuentan, dicen, que el industrial alemán también acondicionó en Marina Piccola una cueva para celebrar reuniones sociales que acababan a altas horas de la madrugada transformadas en festivas orgías.

Ulises y su tripulación ya estuvieron en la isla

Pero mucho, mucho antes que Friedrich Alfred Krupp, hubo alguien que también descubrió los encantos pecaminosos de Marina Piccola. Situémonos en la playa. A la derecha queda la Marina de Mulo, que se extiende hasta alcanzar la punta del mismo nombre. A la izquierda, la Marina de Pennauro, que se prolonga hacia las siluetas de los farallones. Pues bien, justo en medio, el escollo de las Sirenas actúa como si se tratara de una verdadera división natural entre ambas. Si esta formación rocosa recibe tal nombre es porque hay quien ha tratado de ver en ella el lugar exacto en el que vivían esos fantásticos seres que en La Odisea de Homero trataban de seducir, con sus seductoras voces, a Ulises y a su tripulación durante su largo viaje de regreso a Ítaca.

Pero tranquilos: no es necesario taponarse los oídos con cera ni amarrarse al mástil de ningún barco en un intento de vencer a la tentación. El único ruido que aquí se escucha es el del mar, un agradable sonido de fondo mientras el sol baña con su luz el entorno.

Tres colosos de piedra

Si hay una Marina Piccola parece evidente pensar que hay una Marina Grande. Y existe, justo al otro lado de la isla, flanqueada por una hilera de casas. Es el puerto más activo de Capri, donde atracan los transbordadores que vienen de Nápoles. Sin desmerecer en absoluto, el encanto de la marina pequeña es mucho mayor. A ello contribuyen sus aguas, de color azul eléctrico, su suave arena, la perfecta comunión entre sus edificios y la naturaleza y, sobre todo, sus espléndidas vistas.

Unas panorámicas en las que el horizonte se ve quebrado por la presencia de tres colosos de piedra que emergen de las profundidades. Son tres enormes picos rocosos, de más de cien metros de altura, fruto de la erosión del viento y el mar. Las gaviotas sobrevuelan ligeras sus cimas' El más cercano a tierra firme se llama Stella, y el más lejano Scopolo, que quiere decir algo así como promontorio que mira al mar. El del medio, Mezzo, cuenta con un arco central por el que pasan los barcos para deleite de los turistas. Desde Marina Piccola parten las embarcaciones que circunnavegan la isla, repleta de cuevas, acantilados y grutas como la mítica Azurra, la piscina de Tiberio. Y eso que para Goethe Capri no era más 'que un peñasco sin mayor interés'.

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