Italia

Scopello Sicilia

Aceite de oliva, tomate fresco, orégano, sal, pimienta, queso parmesano y, por supuesto, pan, calentado en horno de piedra.

Esta es la receta básica para preparar el exquisito pane cunzato, una especie de bocadillo muy sabroso y típico de Scopello, un pueblecito de pescadores a escasos kilómetros de Castellammare del Golfo, en la provincia de Trapani. 'Lo mejor para disfrutar de una pausa tras el baño', suelen decir los turistas entre bocado y bocado. Su playa, de arena y guijos, se ha convertido en una de las preferidas de todos cuantos llegan a Sicilia en busca de algo diferente, más allá del Etna y Palermo o de tantos otros enclaves de relevancia histórica en la isla. Los gigantescos farallones que parecen clavarse y romper ese espejo de mar que es su agua cristalina tienen buena parte de culpa: contemplarlos, acomodado en las rocas, te hace sentir aislado y al margen de tu propio mundo. Esa misma sensación se repite al pasear por las callejuelas del pueblo, enclavado en una peña rojiza sobre el Tirreno. Fundado en el siglo XVII alrededor de un baglio, una hacienda con un amplio patio interior, muy típica de la campiña, este es un lugar envuelto en misterios. De eso se encargan sus habitantes, deseosos siempre de contar, a quien quiera escucharlas, leyendas que, como un silbido lejano, sobrevuelan los acantilados.

En compañía de las musas

Es precisamente 'acantilado' lo que significa el vocablo griego skopelós, del que deriva el nombre del pueblo, o mejor dicho aldea, que conviene conocer primero antes de descender por alguno de los caminos que conducen directamente a la playa. A Scopello no se puede acceder en coche. Hay que dejarlo estacionado fuera de las murallas, lo que hace aumentar aún más esa fama que tiene de lugar inaccesible y bohemio, como de otra época, motivo por el cual numerosos artesanos y artistas han decidido instalarse en él. Cada rincón aquí es motivo de inspiración: desde su plaza principal, pavimentada, con una fuente que antiguamente hacía las veces de abrevadero, hasta ese arco que nos indica dónde comenzaba el baglio que dio origen a todo lo que ahora vemos. En realidad, son cuatro casitas y poco más, algunas tiendas de souvenirs y de alimentación, tabernas donde comer cuscús de pescado, y la eterna panadería. Las musas y la magia especial que envuelve todo también nos acompañan cuando decidimos poner rumbo hacia el mar y sus gigantescos crestones, que actúan como poderosos imanes. Sobre la playa se alza, esbelta, la torre Bennistra, un antiguo torreón de vigilancia, construido antes que el propio municipio, en el siglo XVI, para controlar el tráfico marino y a los piratas. A lo lejos, el monte Sparagio, al que Fernando III de Borbón, fascinado por la presencia de ciervos, lobos y jabalíes, convirtió en coto de caza, delimita el entorno.

Una reserva natural

Salvaje y virgen, la costa en la que se baña Scopello es, para muchos, la más bella de toda Sicilia occidental. La tradición agrícola 'en el baglio vivían el terrateniente y los campesinos que trabajaban sus tierras' se funde con la marinera en torno a los farallones, ya que muy cerca de ellos, a pocas brazadas, es posible llegar a la antigua tonnara, una almadraba, testimonio de cómo se practicaba la pesca del atún rojo en la zona. La fábrica y las casas de los pescadores sirven hoy de alojamiento a todos aquellos que quieren hospedarse en un lugar distinto, con mucha historia y con las mejores vistas, enclavadas como están al borde mismo del mar. Pero si este lugar ha ganado protagonismo en los últimos tiempos como destino vacacional es porque su bahía es la puerta de entrada a la Reserva Natural Zingaro, la primera en ser catalogada como tal en toda la isla. El tramo protegido se extiende a lo largo de diez kilómetros en paralelo a la costa, entre Scopello y la localidad de San Vito Lo Capo, con otra gran playa de arena blanca. Prohibido acceder a ella en coche: para conocerla existen dos caminos principales 'el de la ladera y el del sendero alto', que solo se pueden recorrer a pie. En uno y otro itinerario es posible encontrar sitios tan sorprendentes como las cuevas de Punta Capreria, la cala del Varo, el barrio Marinella y la cueva Uzzo, de gran interés arqueológico. Los halcones peregrinos forman parte de las 39 especies de aves residentes en la zona, que cuenta, además, con numerosas plantas endémicas, entre ellas, una palmera enana convertida ya en todo un símbolo del lugar.

Rumbo al pasado

El mar fresco y cristalino de la playa de Scopello es el que besa también la orilla de San Vito Lo Capo y Castellammare, con su castillo de origen árabe y un museo, el Buccellato, dedicado a los viejos oficios. Pero, si de verdad queremos viajar por unos momentos al pasado, habrá que desplazarse 30 kilómetros hacia el interior para descubrir Segesta, centro político del pueblo élimo, fundado, según la tradición griega, por fugitivos de Troya. Entre sus monumentos destacan un templo dórico del siglo V a.C. y un teatro desde el que se contempla una espectacular panorámica, con una parte del graderío tallado en la roca. Las rocas, siempre las rocas. En esta costa de Sicilia, grave y profunda, la energía proviene de ellas.

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