Formentera guarda toda la esencia del Mediterráneo en 82 kilómetros cuadrados de tierra, 65 de litoral y 300 de caminos rurales.
Sus fondos de posidonia únicos, declarados Patrimonio de la Humanidad, son el origen de sus hipnóticas aguas cristalinas, con algunas de las mejores playas del planeta. Aunque el auténtico secreto de la isla está en olvidarse del reloj y del resto del mundo.
Cuando las sierras del sur de la Península Ibérica se hundieron en el Mediterráneo, en el Mioceno Superior, afloraron a la superficie, donde hoy está Formentera, unos promontorios a los que llamaríamos la Mola, Cap de Barbaria y Punta Prima. De eso hace ya once millones de años. El cortejo tectónico entre las placas africanas y europeas y las sucesivas subidas y bajadas del nivel del mar hicieron el resto y acabaron inspirando un nombre a los romanos: Promontoria, que los vientos lingüísticos del latín moldearon hasta convertirlo en Formentera. Junto al resto de afloramientos cercanos 'Ibiza, Mallorca y Menorca, con sus respectivos islotes' se formó el archipiélago de las llamadas Pitiusas y Baleares. Los primeros habitantes de Formentera no llegaron hasta hace solo 4.500 años y los últimos que osaron repoblarla fueron los ibicencos que siguieron al marinero Marc Ferrer, quien en 1697 decidió poner fin a cuatrocientos años de asedio corsario desde la inhabitable vecina del sur. Fue anteayer, como quien dice, y lo consiguió.
Y aquella plataforma calcárea y arenisca de 82 kilómetros cuadrados (el 1,6% del territorio balear), lejana y al lado ''llunyana i just a tocar'', que diría el poeta ibicenco Marià Villangómez', se fue habitando lentamente hasta los más de ocho mil habitantes actuales. A pesar del progreso acelerado que impuso la llegada del turismo en la segunda mitad del siglo XX, la rima más adecuada para Formentera es todavía austera. En términos existenciales, su dimensión conserva un atractivo aire de hábitat rudimentario, que no pobre.
Fascinación y relatividad
Quizás lo más fascinante de la isla continúe siendo la ausencia de un cruce de caminos donde se encuentren el espacio y el tiempo. El espacio es finito, aunque ilimitado y en muchos aspectos desconocido. El tiempo, en cambio, se reduce a dos estaciones: la temporada turística y el resto del año. Algunos visitantes saben desconectar del paso de las horas, aunque son muchos más los miles que no llegarán nunca a intuir el auténtico secreto: olvidarse del reloj y del resto del mundo. Con esta conducta, el medio se siente libre para tejer un relato muy regenerador donde reina la relatividad absoluta, tan humana en el fondo.
Poseidón, el dios griego del mar, dotó sus fondos marinos con extensas praderas de una planta milagrosa, la posidonia oceánica, que es el origen de la insólita transparencia del agua de Fomentera 'con buena visibilidad hasta 50 metros de profundidad' y que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad. La playa de Illetes, por ejemplo, ha sido elegida en 2014 por la conocida web de viajes Tripadvisor como la sexta mejor playa del mundo, la segunda de Europa y la primera de España. Lo más recomendable es dejarse llevar por las ganas de descubrir los preciosos arenales que se alojan en cualquier punto cardinal de los 65 kilómetros de costa de la isla de Formentera. Conviene indagar la dirección del viento y buscar la calma de las arenas más resguardadas; en caso de atreverse con el viento de cara, hay que tener precaución con el oleaje en las playas orientadas a levante, siempre traicionero.
Así, Illetes, pero también Migjorn, Llevant, Es caló des Mort, Cala Saona, Ses Platgetes (Es Caló) o Es Cavall d'en Borràs son lugares perfectos para plantar la toalla o el pareo. Desperezarse y recorrer el litoral en pequeñas excursiones terrestres regala sorpresas muy abordables, como buscar la punta más septentrional de la isla: una estrecha y alargada lengua de arena que se sumerge en el Pas des Trucadors para emerger de manera natural un centenar de metros más allá, dando lugar a la isla del Espalmador. Es accesible a nado 'aunque poco recomendable por las corrientes' y por mar, y el paseo por su admirable sistema dunar despierta fantasías robinsonianas. Esta islita privada de uso público, anclada en el corazón mismo del Parque Natural de las Salinas, es propiedad de los descendientes del empresario de Mataró Bernard Cinnamond James, hijo de una familia de ingleses dedicados a la importación de fosfatos que era conocido en Formentera como don Bernat. Muchos visitantes llegan a ella atraídos por unos baños de barro de muy dudosas propiedades dermatológicas.
Palco sobre la inmensidad turquesa
El litoral de la costa norte, conocida como el Carnatge y que une Cala en Baster con el Caló, es otro itinerario muy recomendable y muy diferente, en el que nos sorprenderán las diversas formas en que los habitantes de Formentera han construido casetas-varadero para sus llaüts, pequeñas embarcaciones de pesca. El Caló de Sant Agustí es el primer muelle que tuvo la isla y es la platea perfecta para extasiarse ante una de las inmensidades turquesa más fascinantes del Mediterráneo. Si desde este punto se dedica poco más de una hora a subir y bajar un tramo del cercano camino de la Pujada, que asciende al promontorio de la Mola, tendremos un palco privilegiado sobre este recodo paradisíaco.
También se puede recorrer el litoral desde el mar y una opción muy asequible es una excursión en kayak por la costa oeste, desde Punta Rasa hasta la torre de la Gavina, una de las cinco torres de defensa de la isla, construidas en los siglos XVII y XVIII para hacer frente a los ataques marítimos. El acceso se hace desde Cala Saona, una coqueta bahía con casetas de pescadores y de poca profundidad que es la antesala de otra inmensidad turquesa hipnótica. Los acantilados en esta zona son de un rojizo arcilloso que adquiere su mayor intensidad al final del día, cuando el sol muere en el agua; sin dudarlo, es una de las imágenes balsámicas que conviene llevarse deFormentera, bien archivada en el disco duro de la retina para recurrir a ella de vez en cuando.
Los caprichos naturales del interior
Este pequeño mundo horizontal, donde las paradojas son tan simples como virulentas, ofrece un tempo humano que se completa con una red de 300 kilómetros de caminos de tierra que permiten acceder a la Formentera más rural, tan obvia, tan simple y tan cercana, que a menudo pasa desapercibida. Transitar este sistema arterial polvoriento, entre paredes de piedra seca, nos conecta con unos habitantes capaces de obrar el milagro de los panes y los peces: secan al aire rayas y mustelas en algunas calas de pescadores 'como en el Torrent de s'Alga' y extraen el máximo provecho a una tierra pobre en nutrientes. Solo el algarrobo, el olivo, el almendro y la higuera aceptaron el reto en un diálogo que apuntaló sus ramas para crear sombras a cabras y ovejas al tiempo que les impedía llegar a sus frutos. Adentrarse en Formentera por algunos de estos caminos en la Mola, en el Cap de Barbaria o en la planicie que une Sant Ferran con el Caló en paralelo a la carretera, en su vertiente sur, permite descubrir las dos formas de arquitectura tradicional 'la casa de tejado plano, más antigua, y la que posee doble vertiente de tejas' y las cisternas y aljibes con forma de pequeñas capillas que recogen la poquísima agua del cielo que cae donde nunca supo llover de verdad. La escasez de agua y la persistencia del viento han dado lugar a ciertos caprichos naturales, erosionadas canteras en Punta Pedrera o sorprendentes troncos horizontales de sabina en la playa del Cavall d'en Borràs.
Para interpretar la lucha de los formenterenses contra los elementos hay que visitar el Museo de Etnografía de Formentera, en Sant Francesc Xavier, completo y cuidado inventario de una vida tradicional que con el turismo pasó de necesidad a hobby invernal de una población volcada en los servicios. A pocos metros del Museo, desde la terraza del bar Platé puede contemplarse la fortaleza-iglesia del pueblo, de finales del siglo XVIII, vestigio de una época en que las invasiones no eran tan masivas ni tan pacíficas como en la actualidad. El bar perteneció a la antigua Fonda Platé, una de las primeras de la isla, hoy desaparecida y en la que el poeta Villangómez escribió el poema L'altra illa (La otra isla), del que destilan versos definitivos: 'Me encuentro a mí mismo, ya estoy donde quería'. Formentera es eso, el verso catártico de un viaje sin tiempo. Solo hay que buscarlo.
El legado hippy
Los hippies existieron y se extinguieron y Formentera formó parte del circuito internacional de aquellos melenudos antisistema de los que se cuentan muchas historias, algunas reales y otras pura leyenda. Entre los vestigios directos o indirectos que se conservan de este movimiento cabe destacar una tolerancia absoluta con la práctica del nudismo en toda la isla, que ha disminuido desde el auge de visitantes italianos, mucho más recatados; el mercado de artesanía de la Mola, que este año cumple 30 años y que abre cada miércoles y cada domingo (los mismos días tiene una réplica nocturna en Sant Ferran); la mítica Fonda Pepe, también en Sant Ferran, y el Blue Bar, en la playa de Migjorn, son dos de los principales puntos de encuentro de aquel turismo lisérgico de los años 60 y 70; las concurridas fiestas con la temática flower power, con sesiones de dj's y con un look inspirado en el más puro peace and love; el taller de guitarras eléctricas de Formentera Guitars, también en Sant Ferran, y una fiebre sunset que ha sembrado la isla de contemplaciones colectivas de puestas de sol musicales y organizadas, creando ambientes relajantes como si de desaceleradores de partículas humanas se tratase.
Algunos pequeños frutos de la austeridad
La austeridad de la existencia en Formentera lo ha impregnado todo, así que no encontraremos complejas manifestaciones de casi nada, ni culturales ni gastronómicas ni naturales, aunque guarda pequeños tesoros, a veces tocados por una sutileza y una sencillez sorprendentes. Uno de ellos es el color de las lagartijas (Podarcis pityusensis), entre el azul turquesa y el verde esmeralda, y que se han convertido en uno de los símbolos más potentes de la isla junto a la caprichosa forma de su mapa, dos identificativos adhesivos que lucen muchos vehículos, dentro y fuera de ella. De hecho, el biólogo de la Universidad de Miami Nathan Dappen ha escrito el libro The symbol después de observar a las lagartijas de Formentera durante diez meses. Otras delicadezas son gastronómicas, como los inigualables higos secos, aromatizados con troncos de hinojo, tomillo y hojas de algarrobo, o el flaó, un delicioso pastel hecho a base de queso fresco, huevo, piel de limón y hierbabuena. La cultura popular ofrece todavía alguna excepcional ocasión de ver y escuchar una cantada payesa, una forma de canción redoblada de marcado carácter mediterráneo, típica de Ibiza y Formentera.