Situada lejos de todo, en medio de la nada oceánica, no posee paisajes excepcionales, ni playas extraordinarias, ni una historia milenaria. Ignoramos casi todo lo que pasó allí antes del siglo XVIII. Pero es uno de los lugares más intrigantes del planeta, lo que le hace muy apetecible para el turista de todo tipo y condición.
Rapa Nui, que este es el nombre que le dan sus aborígenes, pertenece administrativamente a Chile desde 1888.Geográficamente es la más oriental de las islas de la Polinesia y se encuentra a 3.680 kilómetros de la tierra más cercana, en la costa chilena de Valparaíso, y a 4.050 de Tahití. Pero el aspecto que la hace diferente, única, son los moais, unas extrañas figuras gigantescas de lava volcánica (moai en rapa nui significa escultura) diseminadas por toda su superficie. A falta de una arquitectura especialmente significativa, de un arte singular, de una historia clara, Rapa Nui posee estos enigmáticos monumentos cuya sola contemplación hipnotiza.
En toda la isla hay más de un millar y no hay dos iguales. Su altura varía desde los 1,13 metros (en Poike) hasta los 21,60 metros (160 toneladas) del Gigante inacabado de Rano Raraku. Tienen aspecto antropomorfo muy estilizado y se ignora a quiénes representan, para qué y cómo fueron tallados. Existen todo tipo de conjeturas, pero muy pocas certezas. Podrían ser retratos de altos dignatarios, pero dado su gran número esta teoría se desvanece. Quizás son monumentos funerarios. Y, cómo no, no faltan las teorías que apuntan a un origen extraterrestre. Seres con cabezas tan alargadas, cuerpos tan cilíndricos y cortos, y manos con dedos tan largos solo pueden venir de otros mundos. Aunque quizás todo sea producto de la interpretación aleatoria de un artista primitivo que marcó tendencia. No sabemos tampoco cómo los trasladaron, a veces decenas de kilómetros, sin conocer la rueda. En cualquier caso supusieron algo trascendental en la vida de los antiguos rapanuis hasta tal punto que algunas teorías apuntan a que su construcción obsesiva casi les cuesta la extinción como raza.
Por toda la isla, casi siempre en la costa, hay ahus, plataformas ceremoniales construidas con piedras encajadas a la manera de grandes altares sobre las que se erigían los moais. El ahu de Tongariki es el más grande y por lo tanto el más fotografiado y reproducido. Se extiende a lo largo de una amplia pradera en la que se celebraron cruentas batallas entre clanes y en la que hoy pastan a su antojo caballos montaraces, muy frecuentes en la isla. De los quince moais re-erigidos sobre este ahu (hasta hace pocos años todas las estatuas estaban tiradas por tierra) solo uno tiene puesto el pukao, sombrero, tocado o moño (ni en esto hay acuerdo) de escoria volcánica rojiza. En el ahu de Ko Te Riku, en la playa coralina de Anakena, seguramente la mejor de la isla, entre palmeras repobladas con plantones traídos de Tahití, se levanta el único moai «terminado», con sombrero y ojos. Todas estas estatuas recibían el toque final del artista al colocarles ojos a base de coral blanco con una pupila de negra obsidiana, solo así conseguían «cobrar vida», como la tradición japonesa de las figuras de Daruma.
Pero quizá la aglomeración más impresionante de moais está en las laderas del volcán Rano Raraku, cuyas rocas de toba de lapilli sirvieron de cantera para todas las estatuas. Aún hoy, no sabemos por qué quedan docenas de moais sin acabar, semi enterrados, impertérritos con su mirada vacía sin ojos y su inexpresivo gesto.
Paradójicamente, a pesar de sus escasos 164 km², Rapa Nui viene a significar algo así como «Tierra Grande» en contraposición a la isla polinesia de Rapa Iti, o «Tierra Pequeña». Pero también recibe el nombre de Te Pito O Te Henua, literalmente «El ombligo del mundo». No es nada nuevo, muchas culturas antiguas se creían el centro de la tierra. Cusco, por ejemplo, también significa en lengua quechua «ombligo». En Delfos, los griegos ubicaban la puerta entre el cielo y la tierra, el centro del mundo. Y el nombre clásico de China, Zhong Guo (ó Chung Kuo) se traduce como «País del Centro».
ESE MAGNETISMO ESPECIAL
De origen volcánico, esta pequeña isla triangular, cuyo lado mayor es de 24 km, está tachonada en sus tres vértices por tres cráteres aparentemente inactivos. Puede que sea por eso por lo que Rapa Nui emana un magnetismo especial que algunos hemos sentido en toda su intensidad. Aquí un maestro de feng shui se volvería loco, como lo hacen las brújulas en las enigmáticas esferas de piedra del ahu de Te Pito Kura.
Hasta el 5 de abril de 1722 la historia de Rapa Nui casi hay que inventarla. La creencia generalizada es que en el siglo IV algunos grupos reducidos de polinesios llegaron en embarcaciones rudimentarias a esta isla que permanecía deshabitada y que allí se quedaron. Pero ese día, en el que precisamente se celebraba el domingo de la Pascua de Resurrección, llegó el holandés Jakob Roggeveen. Medio siglo después, el 15 de noviembre de 1770 sería el español Felipe González Ahedo quien pondría definitivamente la Isla de Pascua en el mapa.
Nacía así un periodo de colonización y esclavitud que casi acaba con una de las culturas más enigmáticas del planeta. Según se refleja en la película «Rapa Nui» de Kevin Reynolds (1994), la superpoblación y la deforestación acelerada precipitaron de forma dramática ese proceso.