Por fin tenemos la respuesta.
Existe una explicación científica que justifica la pasión por viajar de aquellos aventureros que nunca se detienen. No es locura, no son simples ganas, y tampoco son tan sólo ansias de recorrer el mundo.
En 1999, cuatro científicos de la Universidad de California en Irvine, publicaron un documento de investigación en el cual se estudiaron los patrones de migración y la genética de los seres humanos prehistóricos.
En la investigación descubrieron que había una relación entre las personas con un gen llamado receptor de dopamina D4 (DRD4) y la búsqueda de emociones y la migración. Casi todos los participantes del estudio con estos genes tenían una larga historia de viajes.
“Los resultados revelaron una asociación muy fuerte entre la proporción de largos alelos (formas alternativas que puede tener un gen) del gen DRD4 en una población y sus prehistóricas historias de macro migración.”
-Estudio Population Migration and the Variation of Dopamine D4 Receptor (DRD4) Allele Frequencies Around the Globe-
Aparentemente, los portadores del DRD4 estaban genéticamente predispuestos a migrar.
Pero sólo una pequeña parte de la reserva genética humana contenía este rasgo. Mientras que la mayoría de la población prefería desarrollar métodos para utilizar la tierra en la que estaban, los portadores del gen DRD4 buscaban tierras deshabitadas para explotar sus recursos. Estos viajeros, fueron cruciales para empujar a la civilización humana hacia otros territorios como Europa, Asia, África y América (desde Mesopotamia).
Rutas de migración:
Svante Pääbo, director del Instituo de Antropología Evolutiva Max Planck Max (en Alemania), quien utilizó la genética para estudiar los orígenes humanos asegura:
“No hay otros mamíferos que se movilicen como nosotros. Saltamos fronteras. Nos adentramos en nuevos territorios, aunque tengamos recursos en el lugar donde nos encontramos. Otros animales no hacen esto”.
-Svante Pääbo-
¿Y por qué somos los únicos en movernos de esta forma?
El periodista de la National Geographic, David Dobbs, ha encontrado docenas de estudios que prueban la relación entre el DRD4 y los deseos de explorar nuevos lugares, comida, relaciones, entre otras cosas. Los estudios sugieren que el deseo natural de explorar se expresa con mayor intensidad en los niños, quienes agresivamente forman hipótesis y experimentos en sus mentes; esto los hace aventureros naturales, y si al crecer mantienen este rasgo aventurero, pues se convierten en exploradores imparables.
Entonces, no es por capricho. Aventurarse para recorrer el mundo sin parar es cuestión de genética.