En su vasto territorio entre montañas, selvas, desiertos y costas, México aloja numerosos escenarios naturales que impactan a viajeros de todas partes del mundo.
Nunca recto, como si los horizontes planos fueran cosa de otro planeta, el Desierto de Sonora sube y baja lleno de refulgencias.
En su espacio coexisten dos mundos ondulados reunidos bajo una misma reserva de la biosfera.
Al este, El Pinacate. Un paraje oscuro, de cenizas en abundancia, con volcanes, ríos de lava petrificada, y cráteres donde alguna vez caminaron astronautas imaginando que algo parecido sentirían al pisar la luna.
Al oeste y en contraste con la lustrosa opacidad de la sierra volcánica, se despliega el Gran Desierto de Altar.
Sus dunas, que a veces alcanzan los 200 metros de altura, no se están quietas. La arena va y viene haciendo y deshaciendo montañas doradas a su antojo.
Lo asombroso:
No por ser desierto la vida aquí está prohibida. Entre cráteres y dunas tiene cabida la biodiversidad.
Cardones, biznagas y mezquites se elevan con poca prisa, atentos a nada que no sea ellos mismos. Vuela el águila calva.
La tortuga del desierto vive en su costumbre detenida.
Se arrastra el monstruo de Gila, ese lagarto, pesado y venenoso, que más parece dragón en diminuto.
No faltan serpientes o si se busca se encuentra algún borrego cimarrón a la distancia.
Incluso el nombre de El Pinacate proviene de un ser en movimiento, es así como se llama al escarabajo que aquí habita.
Te va a gustar:
El desierto termina en mar, es el alto Golfo de California.
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