En las últimas décadas ha proliferado una nueva forma de vida en las ciudades especialmente centrada en la rapidez: fast travel, fast food, fast life… Esta era “fast”es la consecuencia de un ritmo de vida frenético donde la optimización del tiempo es el leitmotiv de nuestra sociedad.
La fast life que rodea nuestra vida ha alcanzado también al turismo con una tendencia a los paquetes de visitas programados y los todo incluido que nos brindan unas vacaciones en las que muchas veces volvemos más cansados de lo que partimos, con vuelos y esperas interminables y con una rapidez tal de las programaciones que nos hacen estar más pendientes del reloj que del paisaje.
En oposición al frenético ritmo de estos viajes ha surgido una forma de turismo y de disfrutar del tiempo libre centrada en una filosofía lenta y sostenible: el turismo slow, que propone viajar y conocer sin prisas y en profundidad.
Esta nueva forma de turismo que cuenta cada vez con más adeptos fomenta los viajes a un ritmo tranquilo y sostenible para disfrutar de cada lugar y momento, así como interactuar directamente con las personas del lugar descubriendo sus tradiciones, sus platos típicos y todo lo relacionado con la vida del lugar.
La vertiginosidad con la que suceden las cosas no es algo nuevo, pues ya en los años ’80 el italiano Carlo Petrini impulsó el “movimiento slow” con la finalidad de combatir el estresante ritmo de vida de nuestra sociedad. A pesar de que este movimiento surgió inicialmente como respuesta a los restaurantes de comida rápida, con el tiempo se ha ido extendiendo a otros ámbitos y actividades, incluyendo la forma de viajar y dando lugar a este nuevo modo de hacerlo que es el turismo slow.
El turista lento busca viajar descubriendo, experimentando e integrándose, no sólo mirando de forma pasiva. Quiere viajar tranquila y sosteniblemente, visitar los destinos con implicación, degustar la comida local e integrarse activamente en el lugar. Busca, en definitiva, solidarizarse con las generaciones futuras y disfrutar y fomentar lo local en un mundo cada vez más globalizado.
El viajero lento y escritor Ed Gillepie es una de las muchas personas que ha descubierto el placer del turismo slow realizando un largo viaje alrededor del mundo sin coger ningún avión: “Hace más de una década descarté utilizar aviones para mis destinos vacacionales, […]. Así que me propuse probar todo lo contrario de forma bastante extrema: en 2007 circunnavegué el globo sin pisar ningún aeropuerto”, dice. Y añade: “Esperaba volver a encontrar la alegría de viajar por el mundo, no sólo sobre él. Quería experimentar íntimamente un paisaje, una cultura, su gente y su lengua”.
Gillespie nos invita a descubrir este apasionado modo de viajar improvisado e imprevisible que nos brinda la oportunidad de experimentar y conocer de forma no anticipada: “Sé que mi viaje no va a cambiar el mundo. Pero el libro que he escrito sobre él quizás inicie una conversación sobre el significado, el propósito y la sostenibilidad de los viajes en una era de cambio climático.Con estos viajes podemos sentirnos mejor y más conectados los unos a los otros”.
Sin duda una atractiva forma de turismo que potencia el lado más positivo de ver mundo, relajándose y aprendiendo.