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Qué tienen en la cabeza los deportistas extremos

Nota sobre Qué tienen en la cabeza los deportistas extremos

Adrenalina.

Tirarse desde un rascacielos, caminar por una cuerda floja a más de 400 metros de altura, hacer acrobacias sobre olas. ¿Qué hay detrás de esa pasión por el peligro?

Cinco millones de visitas. Un video de YouTube, colgado en julio de 2015, muestra a un hombre justo en el momento de lanzarse desde un acantilado. Se lo ve planear a alta velocidad gracias a su traje de ardilla voladora, y pasar por un pequeño agujero en una roca. El hombre es el italiano Uli Emanuele, quien iba a una velocidad de 250 kilómetros por hora cuando atravesó como una bala esa abertura de no más de dos metros y medio de ancho y salió ileso.

Lo que hasta hace unos pocos años pertenecía más al rubro policiales (por la ilegalidad de la actividad) o era simplemente una nota de color de un loco lindo, hoy se ha convertido en un verdadero movimiento de prácticas extremas con millones de seguidores en todo el mundo, con cada vez más intrépidos dispuestos a probarlas, con programas televisivos, campeonatos internacionales y sponsors de primera línea (marcas top de bebidas energizantes, ropa deportiva o cámaras de video).

Son actividades múltiples y heterogéneas: lo único que las une es el riesgo. Así, en esta denominación paraguas entran tanto el bungee jumping de los ‘90 como el clásico automovilismo en todas sus categorías. Más aún, un mismo deporte puede ingresar en la categoría de extremo según las condiciones en que se practique: no es lo mismo hacer rafting de clase II en el río Atuel, en Mendoza, que lanzarse por los rápidos espumosos del río Futaleufú, en Chile.

Más allá de estas discusiones sobre qué califica como extremo, existe la certeza de que se trata de un fenómeno global. Y la Argentina no es ajena a esta tendencia. Hernán Pitocco es un porteño que practica parapente acrobático y es uno de los referentes mundiales en la especialidad. Hizo expediciones en lugares tan exóticos como Dubai o los Himalayas, y vio el Obelisco y el Teatro Colón desde las alturas, colgado de su parapente. Según su mirada, “Córdoba es uno de los primeros lugares donde se voló en el mundo y también de los mejores; Cuchi Corral es famoso por su calidad para el vuelo libre”. Es por eso que, desde hace 20 años, Pitocco dejó el llano de Buenos Aires y se mudó a su paraíso, en La Cumbre.

¿Adicción a la adrenalina? Ver una persona flameando con un parapente, un centenar de paracaidistas alineados en perfectas figuras geométricas, o un surfista montando una ola de 15 metros puede ser un espectáculo, pero junto con el asombro surge inmediatamente la pregunta: ¿por qué se dedican a esto? ¿Qué hace que esta gente ponga en juego su vida cada vez que realiza una actividad supuestamente recreativa? La palabra clave es la adrenalina. Utilizada quizás excesivamente para expresar todo aquello que implica emociones fuertes, se trata en realidad de un neurotransmisor. Por eso es necesario recurrir a la neurología para determinar qué lugar ocupa en la química de los deportes extremos.

Marcelo Cetkovich es médico psiquiatra, jefe del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, y explica lo que ocurre en el cerebro de quien practica algo extremo. “Hay estudios genéticos que demostraron que en algunas personas hay una mayor distribución de una variante específica de un gen de la enzima que metaboliza la dopamina (y la adrenalina). Este gen se llama COMT, y posee una variante más activa, que hace que el circuito cerebral que está involucrado en todas las conductas adictivas, y aparentemente también en las conductas de riesgo, funcione un poquito más forzado.” Ese gen más activo, inquieto, se encuentra presente en personas con el rasgo de personalidad denominado novelty-seeker, un buscador de novedades que está siempre a la caza de estímulos. “Las personas con este patrón de conducta –continúa Cetkovich– buscan permanentemente sobreestimular este circuito cerebral a través de las situaciones de riesgo. Hay toda una activación autonómica (es decir, no voluntaria) de estas situaciones, de todos los circuitos que se preparan para el estrés, y también hay una conducta adictiva, ya que tanto los neurotransmisores (dopamina y adrenalina) como otras sustancias (péptidos) que se liberan durante la activación de este circuito cerebral, producen una similar sensación de placer.”

Más vivos que nunca. Pareciera haber una predisposición genética, entonces, para considerar que es una buena idea tirarse en caída libre desde un rascacielos. Pero, ¿qué hay del componente psicológico? Raúl Barrios, psicólogo de la Universidad de Buenos Aires y profesor de educación física, quien además es aficionado al montañismo de altura, tiene una explicación. “La adrenalina es un neurotransmisor que prepara al sujeto para la acción. Las respuestas posibles del sujeto son tres: puede ser de ataque, puede ser que huya, puede ser que quede paralizado.” Para que el individuo tome la decisión positiva de atacar (en el caso de las prácticas extremas esto significa enfrentar activamente el riesgo), Barrios destaca el factor del entorno. “Los deportes extremos son modalidades deportivas no tradicionales que, por el alto riesgo que implican en la práctica, hacen que justamente se hayan incrementado sobre todo en poblaciones jóvenes, en aquellas que quieren hacer algo diferente o que buscan mostrar cierto nivel de competencia.”

En un video de 2012 se puede apreciar ese panorama: a punto de lanzarse en un vuelo de wingsuit (esos que usan trajes de ardilla voladora), el estadounidense Neil Amonson murmura, en la punta de un acantilado: “Nos recuerda que estamos vivos”. Un pensamiento que desarrolló un poco más Felix Baumgartner, el suizo que se lanzó a la Tierra desde la estratósfera (a 39 kilómetros de altura): “La persona que se aproxima a la vida con el asombro de un niño está mejor preparada para desafiar las limitaciones del tiempo, está más viva”.

En nuestro país hay muchas personas que buscan esa sensación. Los deportes extremos que más se practican aquí aprovechan las posibilidades que ofrecen los escenarios naturales. Según Pitocco: “Hay bastante andinismo y escalada deportiva en general en muchos lugares del país; también hay buenos esquiadores, aunque no deja de ser un grupo reducido. En lo que es vuelo, el parapente y el paracaidismo sin duda son los más fuertes. En salto base hay uno o dos lugares en el Sur, pero son de difícil acceso. Argentina no se presta mucho para el base, ya que las paredes que nosotros tenemos en muy pocos casos son bien verticales o extraplomadas, como las que se necesitan para eso”.

Los deportes extremos llegan a los titulares de los diarios cuando se quiebra un récord o se realiza una prueba novedosa. Pero también son tapa (cada vez más) por los accidentes que terminan mal. Esto, a pesar de que los equipamientos son más seguros. Este aumento de muertes tiene varias explicaciones: cada vez más se intentan nuevas proezas, más arriesgadas que las anteriores; por otro lado, hay más gente que los practica, por lo tanto aumenta la probabilidad de accidentes. Hernán Pitocco ensaya una reflexión: “Cada individuo es diferente, y dentro de estas disciplinas siempre hay algunos que la van a llevar más al extremo, ya sea por inconsciencia, estupidez o porque son muy buenos en lo que hacen y, lo que hacían. ya no les produce placer. Entonces necesitan experimentar sensaciones más fuertes para conseguir la misma satisfacción que sentían antes, y esto al final puede terminar en accidente”.

La princesa de Monte Hermoso. Agustina Errazquin tiene 17 años y cada mañana, sea verano o invierno, lo primero que hace es consultar al Windguru en Internet. Si prevé vientos de al menos 15 nudos y no vienen del Norte, ella sabe dónde pasará gran parte del día: en el extenso mar que baña las costas de Monte Hermoso, donde nació. “Me crié así, un día me calcé el equipo de kitesurfing y empecé a probar. Dicen que si navegás acá, lo podés hacer en cualquier lado”, cuenta. Hoy, el entuasiasmo ya le dio un título, es la campeona nacional de ese deporte. Y pese a sus pocos años, ya conoce experiencias fuertes sobre la tabla: “Hace un par de meses me agarró una racha de viento que me llevaba para arriba y, cuando bajaba, no me dejaba tocar el agua. Fueron unos segundos hasta que me concentré y me dije, Agus, pará que te vas a matar. Eyecté todo y me tranquilicé, pero bajé y no paraba de llorar”. Ahora, curtida, sueña con el Mundialde su disciplina, en Japón 2020.

No acepte imitaciones. Quien jamás experimentó el clímax de un deporte extremo, se pregunta: ¿es realmente necesario estar cara a cara con la muerte para sentirse plenamente vivo? Hernán Pitocco intenta responder desde el punto de vista del deportista extremo: “Hay días en que hacés un salto o un vuelo acrobático, y cruzaste montañas, subiste miles de metros, o tuviste una caída libre a pocos metros de una pared, para después aterrizar en un valle soñado, con una puesta de sol increíble… Y eso es lo que al final hace tan mágicas a estas prácticas. Son sensaciones difíciles de describir con palabras, hay que realmente estar ahí para poder sentirlas”.

A pesar de la dificultad de dar una explicación convincente, algunos pensadores aportaron claves que pueden resultar útiles. Es el caso del sociólogo alemán Norbert Elias, quien en 1986 publicó, junto con Eric Dunning, una obra fundacional de la sociología del deporte: La búsqueda de la emoción: deporte y ocio en el proceso de civilización. En esta obra plantea que los deportes modernos (practicados o vividos como espectador) funcionan como un reemplazo civilizado de situaciones del pasado, en donde el elemento emocional y pasional se vivía al máximo y era de vida o muerte (la obtención del alimento, la guerra, las pestes, hambrunas y catástrofes). El deporte permite vivir esas emociones de forma estructurada y regulada, que minimizan el factor miedo o riesgo, pero a la vez proveen una satisfacción espiritual, una especie de catarsis: “El deporte permite a la gente experimentar con plenitud la emoción de una lucha sin sus peligros y sus riesgos. El elemento miedo presente en la emoción, aunque no desaparece por completo, disminuye en gran medida, con lo cual se potencia enormemente el placer de la lucha”.

En los deportes extremos, esta imitación de la incertidumbre que provoca un evento límite no es suficiente. Quienes los practican necesitan algo más real, una confrontación más directa y vívida con el miedo, con la muerte, y cada vez empujan más los límites de lo posible con nuevos y más riesgosos desafíos