Si volviésemos a dar la vuelta al mundo, haríamos las cosas de manera diferente. Y es que viajando se planea tanto como se improvisa, se camina tanto como se huye, se aprende tanto de otros como de uno mismo. Estos son 50 intentos de atrapar la bruma vertiginosa y etérea de lo vivido, una mezcla de lo que nos gustaría haber sabido al comenzar y de lo que ahora conocemos.
Conviene evitar la primera fila en los autobuses para no pasar horas entre sudores fríos y miedo real a morir. No hay quien se relaje viendo al conductor adelantar a tres camiones en una curva con doble continua, niebla cerrada y gafas de sol.
Distingue entre estafa y picaresca: plántate ante la primera y resígnate ante la segunda.
La tercera clase de los trenes tiene truco aritmético, y no solo por lo que te ahorras al compartir vagón con 50 personas. Las literas más cómodas están abajo, y conviene saber al comprarlas en la estación que tienen números impares; son más amplias que las superiores, donde no se cabe erguido. Mejor aún si llevan los números del 7 al 31, más alejadas de los baños y de los espacios entre vagones, refugio de fumadores y paseantes insomnes.
En los hostales, los mejores colchones, los menos usados, se quedan en las literas superiores, ya que lo normal es ocupar y sentarse en las de abajo.
Lo suculento lo prueba cualquiera. Pero también hay lenguas de pato pequinés, saltamontes fritos camboyanos, semen de pez globo japonés, pétalos de rosa en tempura, sopa de perro coreana, hormigas culonas colombianas... Venga, sin muecas.
Lo que te llevas ahí fuera, por ejemplo la mochila o el bolso de mano, se convierte en parte de ti. No puedes dejarlo atrás si se rompe. Ahí entran las bridas, que te apañan desde el asa de la mochila hasta la correa del reloj, y el pegamento de contacto, que puede con todo. No olvides las toallitas, la navaja multiusos, el esparadrapo y los chupachús; no hay un solo niño del planeta al que no se le iluminen los ojos si le das uno.
Con mapa y guía tienes más claro adónde ir y qué ver. Cuando los guardas, acabas entre dentistas callejeros o en plazas de pueblos donde se corre la voz para que los demás se acerquen a ver al forastero. Alternar parece razonable.
Deja un hueco para comprarte ropa en los mercadillos de Asia. Encontrarás lo que sea que necesites por una parte ínfima de lo que pagarías en tu casa, y cuesta menos deshacerte de ello si ya no lo necesitas.
Un seguro de viaje de cobertura mundial es caro y puede que no lo uses. Pero puede ocurrir, porque ocurre, que te abras una rodilla en Laos y el hospital más cercano se encuentre a cinco horas por carretera. O que te hagas una brecha en la barbilla en Nueva Zelanda y sin él cada punto de sutura se cobre a precio de cirugía estética. Anda, mejor hazte un seguro.
Cuidado cuando el contacto del seguro solo quiere sacar dinero a tu compañía, mandando para ti una furgoneta de 15 plazas último modelo cuando tu rodilla iría igual de cómoda en un tuc-tuc. Aún hay un corredor de seguros de Laos que nos busca para cobrarse unas muletas de madera de cortesía que donamos al irnos.
Suele ser cierta la regla de que cuanto más color rojo hay en el plato, más picará en la boca. Hay regiones en China en las que pedirlo “poco picante” es sinónimo del peor ardor de estómago de tu vida.
No soltar la tableta en las zonas comunes de los hostales, apenas hablar, fiarse más de cualquier opinión de Internet que de quien se sienta al lado... Es un prototipo de viajero frecuente. Mantén un término medio; ir con un ordenador portátil es útil para llamar a los tuyos, reservar alojamiento, mantener un blog... pero no consumas más tiempo del necesario mirando a una pantalla. Miremos alrededor.
Es improbable que consigas zafarte si uno de esos chinos tan curiosos te pone en su punto de mira y quiere tomarse la enésima foto contigo. Sonríe, aunque no tengas la menor idea de dónde acabará tu careto.
El trato recibido por los locales cambia radicalmente si sabes pronunciar cuatro palabras en su idioma. Esa demostración de interés en su cultura y de esfuerzo por integrarte se valora. Pero más allá, por más que creamos que con lógica y tiempo somos capaces de hacernos entender, conviene escribir en un papel el lugar al que quieres ir, el lugar donde te hospedas o lo que estás buscando. Tiene algo de mágico además escribir en cirílico, mandarín o vietnamita.
Puede ser que los mejores antibióticos del hospital en el que te curan sean los que llevas contigo. Un buen cóctel resuelve problemas, puede dejar boquiabiertos a los médicos de algunos países (“¡Una caja de amoxicilina... y entera!”) y, si tienes la suerte de no usarlos, los puedes donar.
No viajamos para borrar spams en cirílico o cantonés, y es lo que ocurrirá si te identificas con tu dirección de correo usual. Crear un par de cuentas de correo electrónico para registros varios en alojamientos o conectarse a redes wifi gratuitas lo soluciona.
Más vale que disfrutes del arroz, porque en medio mundo toca comerlo dos días y medio de cada tres; si no es la base, es la guarnición de cualquier plato.
Por norma se debe regatear por todo, pero sin olvidar que para ti un euro al cambio no es nada y para el que está enfrente puede suponer una gran diferencia.
Preguntar una dirección a un coreano o japonés es como desentenderse. Si no sabe cómo se llega, le preguntará a otro viandante. Si este tampoco, se lo preguntarán a un tercero. Todos creando grupo hasta que alguien resuelva la duda que, a estas alturas, igual resolviste tú solo.
Para descargar peso de tu espalda están los paquetes a casa. Es importante recalcar en la oficina de correos que quieres que vayan by surface o by land. Sale mucho más barato de lo que costaría por avión. Tus cosas viajarán barco a barco y camión a camión hasta llegar incluso más tarde que tú.
Estés donde estés, si quieres comprar un billete de avión, no olvides echarle un ojo a las aerolíneas chinas. No siempre aparecen en los buscadores habituales, pero tienen muy buenas tarifas entre países que no pensarías, como de Australia a Nueva Zelanda.
Cuanto más remoto es un puesto fronterizo, menos transitado y más sencillo es el trámite. Como La Balsa, entre Perú y Ecuador, donde los niños juegan de un lado al otro del puente mientras tú esperas a que el policía que tiene que sellarte el pasaporte se despierte de la siesta. Nunca lo habrás visto todo en cuanto a controles transfronterizos: a la luz de las velas, entre gallinas, con prohibiciones de portar camisetas de Bob Marley o introducir carne.
Hombre, tampoco te vas a comprar un carné de conducir estadounidense o un DNI español falso en los puestecillos de Bangkok. Pero puedes arrepentirte de no hacerte con un más que creíble carné de estudiante que te granjee descuentos para el resto del viaje.
Si se planea pasar un par de meses en las Antípodas, es una inversión inteligente comprarse una furgoneta destartalada de segunda mano en la que descubrir el país a tu aire y poder dormir en las innumerables zonas de acampada gratuitas. Acaba resultando mucho más barato que alquilar, pues mientras no la descoyuntes es relativamente fácil venderla antes de irte.
Si el clima es tropical, cambia el saco de dormir por una hamaca. En el sureste asiático y en Indonesia encontrarás muchos lugares donde colgarla y mecerte al aire libre. Pasarás menos calor y a los bichos andantes les costará más encontrar el camino hacia tu cara.
Recuerda: los horarios de autobús son un invento occidental. El coche solo se pondrá en marcha cuando las plazas se llenen. Y llenarse significa hasta los topes. Así que atrinchérate en tu asiento y ponte cómodo.
En general, olvídate de trono y cisterna. Es mucho más común un agujero en el suelo donde vaciar cubos de agua.
Si vas en furgoneta de Tailandia a Camboya y, poco antes de la frontera, te dicen que el restaurante donde te han soltado a comer un pad thai es el consulado camboyano, no te lo creas. En la mayoría de fronteras por tierra puedes ir tú mismo a tramitar el visado; no pagues a intermediarios listillos, por mucho que te amenacen con que la furgoneta no esperará.
Subir las fotografías a un servicio de alojamiento en la nube cada vez que haya ocasión te ahorrará el Disgusto. Perder las fotos es peor que perder el pasaporte.
Tener claro cuál es la cadena del inodoro y cuál es la llamada de emergencia evita situaciones vergonzosas. No infravalores la tecnología sanitaria de coreanos y japoneses; ese baño podría tener un cociente intelectual más alto que el tuyo.
Cercenar con soplete la cola a miles de corderos para prevenir enfermedades al tiempo que capas a los machos, llenar carretillas y carretillas con cagadas de caballo, cultivar un campo de lavanda o pintarle la cocina a una madre soltera; son algunos de los conocimientos que adquirirás trabajando a cambio de alojamiento y comida. Y sí, hemos dicho miles de corderos. Unas 4.200 colas.
Que no te mientan: se puede ir a Machu Picchu sin coger el tren privado de titularidad británica, que, aparte de ser carísimo, hace temblar las montañas milenarias. Aunque la otra opción conlleve jugarte la vida por caminos de tierra flanqueados por barrancos a ras de ventanilla.
En China, el muñeco en verde no implica que los peatones puedan cruzar la calle tranquilamente. A no ser que un policía se ponga a dirigir el tráfico, los coches seguirán saltándose el semáforo en rojo. Atento a los pitidos, son sus intermitentes.
En Ecuador, la anciana que se encarame la última a la chiva será la que más se queje del sobrepeso cuando el eje de la dirección reviente por exceso de carga a 10 metros de un barranco. “Ya te lo dije, Melisandra, había gente de más...”.
Nunca te olvides en tu equipaje de las zapatillas de andar por casa. Esenciales para sentirse cómodo en lugares ajenos.
Supone todo un ejercicio sociológico preguntárselo a otros viajeros. Si está en tu mano proporcionárselo, te ganarás a un amigo de por vida. Por ejemplo, los finlandeses se mueren por ir a una sauna; los franceses, por comer un pedazo de queso decente, y los australianos, por sus chocolatinas Tim Tam.
Si encuentras algún objeto que te enamore, cómpralo. Por mucho que pese, ocupe o desfigure tu macuto la figurita, piedra, tapiz o instrumento musical... Por mucho que lo odies cada vez que abras la mochila, es peor lamentarse de no llevarlo.
El estado natural de la cerveza servida en muchos sitios es del tiempo y por litros. Si te la sirven así es porque es así; no seas ingenuo y pidas una fría.
Por lo que cuesta una noche de hostal en habitaciones de 16 camas en Sidney se puede vivir en una cabaña a pie de playa paradisíaca en Tailandia durante más de una semana. Cuando encuentres uno de esos lugares, para el reloj, olvida el plan de viaje y quédate todo el tiempo que puedas. Mejor no ir a todo y conocer a fondo un poco.
No hay comparación cibernética posible: metes el cartón en una ranura y aparece en el buzón de tu casa. Las postales son una colección inimitable, solo superada por una baraja hecha a base de naipes que encuentres tirados por el suelo del mundo.
Nunca infravalores el poder etílico de lo que te ofrezcan: el mundo está lleno de brebajes diabólicos.
Se hablan muchos idiomas por el mundo, pero uno universal es el de las comisiones en los cajeros automáticos. Hay un par de tarjetas de débito que permiten sacar dinero unas cuantas veces al mes en cualquier lugar sin pagar ese extra.
Mujeres, aunque haga un calor que derrita el asfalto, no olvidéis un pañuelo para cubrir los hombros y el escote; evitará que te planten una túnica verde fosforito de tacto muy grimoso para entrar en los templos budistas e hindúes.
Porque llegar de noche al destino siempre es una mala opción. Todo parece más peligroso, tus opciones se limitan y puedes acabar en un taxi con una pegatina gigante de Pokémon conducido por un adolescente. Puedes tener suerte una vez, pero procura no jugártela.
Sí, Julio Iglesias aún se escucha en los lugares más insospechados del planeta.
El libro electrónico es perfecto si vas a viajar una temporada. Soluciona innumerables ratos muertos y permite leer a autores de cada país mientras estás ahí.
No se puede dar nada por supuesto. Hay gente en biquini en su casa de San Petersburgo cuando fuera la temperatura es de -20° C; en Tailandia no se arrugan los billetes, porque en ellos está la imagen del rey y se considera una falta de respeto.
De todo el universo, tus exiguas pertenencias tienen un lugar asignado dentro de tu mochila. Mantenerlas en el mismo bolsillo evita perderlas. Incauto porque te robaron puede, pero nunca desorganizado.
Si donde comes se venera a los monos, mejor venera a los monos.
No te desesperes, todo se arregla. La única manera que teníamos de salir de Vladivostok era tomar un barco. Nunca zarpó. Y si expira el visado serás persona non grata en Rusia por el resto de tus días. Pero preguntando te enteras de que al día siguiente se bota un nuevo barco coreano. Los exabruptos rusos se convierten en reverencias asiáticas, se celebra una fiesta de inauguración y pagas la mitad por ser el primero. Lo inesperado siempre llega, sobre todo de viaje.