Quizás toda la culpa la tenga Simone Silva, una actriz francesa nacida en El Cairo de la que apenas nadie puede recordar una sola película.
Pero si por algo merece formar parte de la historia del séptimo arte es por haber aportado el primer toque de sensualidad al que es uno de los festivales de cine más famosos del mundo. La voluptuosa dama no tuvo mejor ocurrencia que quedarse en top less durante una sesión fotográfica en la playa de La Croisette junto a un sorprendido Robert Mitchum allá por 1954. Aquella traviesa imagen dio la vuelta al mundo y entonces el Festival de Cannes, que había arrancado ocho años antes sin pena ni gloria a pesar de la proyección de grandes filmes, comenzó a ser reconocido internacionalmente como la meca del glamour y de la fantasía. La hoy célebre localidad de la Costa Azul había sido elegida entre muchas otras candidatas francesas para albergar el certamen 'por el sol y por su encantador escenario'.
También por haber construido a la orilla del mar un espectacular palacio, hoy demolido en parte, precursor del actual. Apelotonados bajo las escaleras, miles de fans esperan ansiosos la aparición de las estrellas que, antes de subir por ellas bajo los destellos de los flashes, tal vez les muestren la mejor de sus sonrisas. Kirk Douglas en bañador atusando el cabello a una jovencísima Brigitte Bardot en bikini, Sofía Loren recostada en una hamaca luciendo pierna o Grace Kelly, que conocería aquí a su particular príncipe azul, jugando a ser capitán de barco son algunas de las instantáneas que de La Croissette nos llegan solo con cerrar los ojos. Esto es puro cine.
Por el bulevar de los sueños
Pero la historia de esta playa de fina arena, con más de dos kilómetros de extensión y un bulevar salpicado de palmeras, no siempre ha estado ligada a la gran pantalla. Por ejemplo, su nombre no hace referencia a ninguna película. Si por algo se llama Croissette es por la pequeña cruz que antiguamente se elevaba en uno de los extremos de la bahía de Cannes y que, lamentablemente, no ha llegado hasta nuestros días. El paseo marítimo fue construido en la primera mitad del siglo XIX sobre el antiguo sendero que bordeaba el litoral. Enseguida los constructores tuvieron claro que aquel podía ser un lugar único en el mundo y a partir de 1900 comenzaron a levantar los grandes hoteles de lujo, palacios y mansiones maravillosas especialmente pensadas para alojar a la nobleza europea. El aire a lo belle époque es su nota más distintiva, sobre todo si la recorremos a primera hora de la mañana, único momento del día en que la playa se muestra tranquila y sosegada.
La mayor parte de sus tramos son de uso privado, áreas exclusivas para los huéspedes de esos alojamientos en los que cualquiera sueña con poder hospedarse alguna vez. Tiendas de lujo, restaurantes exquisitos, terrazas, clubes, cafés, casinos donde perder la cabeza y el dinero con mucha elegancia y edificios con piscinas en sus azoteas se suceden a lo largo de la promenade más sofisticada de Francia, con permiso de la Fauburg-Saint Honoré de París, de la que los franceses aseguran que es una prolongación. Una hilera larga de tentaciones irresistibles frente a un Mar Mediterráneo que es aquí de color turquesa.
Casinos y puertos
No hace falta que sea mayo para desplazarse hasta Cannes. Si uno no ve a las estrellas siempre puede imaginar el resto de su cuerpo observando las huellas de sus manos grabadas en el pavimento. Fuera de temporada, y ya sin alfombra roja, el Palais des Festivals et des Congrès pierde bastante, no así el Palm Beach, uno de los casinos más famosos de todo el planeta, cuyos clientes dejan aparcados sus yates en el puerto que hay justo enfrente para tentar por unas horas a la suerte y seguir navegando después. La Croissette tiene dos puertos más: el Viejo, de donde nace el bulevar, con los barcos más lujosos de la Costa Azul francesa, y el de Pierre Canto, más pequeño y frecuentado también por gente Vip y personalidades del mundo del espectáculo. Otro espectáculo, mucho más terrenal, es el que brindan algunos de los vecinos de Cannes, auténticos enamorados del juego de la petanca, tal y como atestigua el boulodrome de Cannes-la-Bocca, un barrio situado al oeste y junto al mar, que parece recién salido de la Provenza. Porque si estamos en Cannes' hay que conocer Cannes. Sus villas con jardines, sus mercados al aire libre donde comprar fruta fresca, y también sus iglesias, como la Catedral de Notre Dame de Bon Voyage y la Notre Dame de l'Espérance, ambas en el barrio de Le Suquet, en el casco antiguo de la ciudad.
Personajes de leyenda
El viaje no sería completo sin subirse al ferry que conduce a isla Santa Margarita, la más grande de las islas de Lérins, situadas muy cerca de la costa, con un espectacular bastión, el Fort Royal, donde permaneció preso el hombre de la máscara de hierro en el siglo XVII, un personaje que ha inspirado tanto a escritores como a directores de cine. Sí, de nuevo el cine. Imposible olvidarse de él en Cannes, la alegre, bulliciosa y cosmopolita Cannes, espléndidamente situada al fondo del amplio golfo de Napoule. Un lugar con una playa única en la que cualquiera puede llegar a sentirse una estrella más. Para ello solo es necesario acomodarse en una tumbona, ponerse las gafas de sol y mirar tras ellas el infinito Mediterráneo que en La Croisette hasta parece aún más divino.