Fue a principios del siglo XX cuando el arqueólogo Arthur Evans descubrió el legendario palacio de Cnosos, construido en torno al año 2000 a.
C. al norte de la isla de Creta. Un palacio cuyas salas fueron convertidas por Dédalo en un laberinto para atrapar al famoso minotauro, que nació de la unión algo fuera de lugar de Pasífae, hija de Helios y la ninfa Creta, y un toro blanco que debía sacrificar su esposo, el rey Minos, en honor de Poseidón, al que le había pedido ayuda para conservar su trono. Solo Teseo, hijo de Egeo, casi 30 años después de que la bestia fuera encerrada, logró acabar con ella y salir airoso del lugar gracias a la ayuda del famoso hilo de Ariadna. ??nicamente por escuchar esta seductora narración en el lugar exacto en el que se supone que sucedieron los hechos vale la pena visitar la que es la isla más grande de Grecia, la quinta en tamaño del Mediterráneo. La minoica fue la primera gran civilización de Europa, capaz de construir colosales complejos palaciegos, de los que hoy apenas queda nada tras haber tenido que soportar terremotos, tsunamis y devastadoras erupciones de volcanes durante siglos. Su rico legado histórico solo es comparable a su belleza natural, con montañas y suaves colinas cubiertas de viñedos, olivos, flores silvestres, cipreses, castaños y hierbas aromáticas (salvia, tomillo y orégano), cuyo aroma acompaña inevitablemente todo nuestro viaje. Buscamos algún lugar en la costa, con más de mil kilómetros configurados, en gran medida, por la actividad sísmica de esta región. Aunque pueda parecer que en Creta las distancias resultan cortas, hay que emplear bastante tiempo si, en vez de en barco, queremos alcanzar el extremo suroeste de la isla por carretera, a ratos realmente incómoda, repleta como está de curvas y complicados pasos. Pero no nos rendimos: nuestro itinerario es mucho más placentero que el que en su día emprendió Teseo. Y la meta, también. Dicen que la playa de Elafonisi tiene magia, y nosotros estamos a punto de comprobarlo.
Rosa y turquesa
Ya frente al mar, no resulta difícil comprender por qué despierta tanto entusiasmo y pasiones la bella playa de Elafonisi, un pequeño punto aparentemente sin importancia en el mapa que, desde que fue descubierto por el turismo, representa uno de los principales reclamos de toda la isla, en la provincia de Chania. La arena es blanca y el agua es transparente, tan poco profunda que se puede llegar caminando hasta el islote que hay enfrente, apenas a 50 metros de distancia, que es el que, en realidad, da nombre al lugar en el que estamos, habitado en sus tiempos por manadas de ciervos a los que hace referencia su nomenclatura en griego. La isla de los ciervos tiene hoy dunas bajas y tiene cedros, cercados y protegidos, ya que este es un espacio natural de gran interés ecológico, que ha sido preservado de manera oficial. La cara oeste del islote esconde rincones muy tranquilos para darse un baño casi en soledad. Visto desde aquí, el mar, que a ratos nos parece de un intenso color turquesa, también nos parece rosa, debido a las miles de conchas que se esparcen entre sus fondos y la arena. Aunque existen tumbonas para disfrutar del paisaje, no hay nada que nos parezca mejor que acampar en sus inmediaciones y ser testigos de un gozoso amanecer en este paraje soñado. Es posible: aunque parezca increíble, en sus alrededores está permitido pasar la noche al raso o en tiendas de campaña.
Fiestas populares
El único elemento disonante en este precioso lugar al margen de todo es el viento, que a veces sopla fuerte, muy fuerte, incluso en verano, de ahí que la zona sea una de las preferidas por los amantes del windsurf. Los que, sin embargo, gusten de disfrutar de las tradiciones más típicas allá donde van, tendrán que hacer lo posible para estar aquí en su día grande, el 15 de agosto, que es cuando se celebra, cada año, una gran fiesta con música popular y bebidas locales, como la tsikoudia, una especie de aguardiente que está elaborado a partir de una uva que solo se da aquí, en la isla de Creta. También podemos probarla en alguna de las tavernas de Paleohora, situada a unos 30 kilómetros, descubierta en los años 60 del pasado siglo por la comunidad hippy, que lo convirtió en uno de sus santuarios del Mediterráneo preferidos. Quienes no puedan acceder a Elafonisi por carretera deben saber que es desde aquí, en concreto desde su puerto viejo, de donde parten los transbordadores con destino a la playa, que operan con mayor frecuencia durante la temporada de verano.
Otras playas, otras vistas
Llegar hasta Elafonisi ya hemos dicho que no es fácil. Por eso merece la pena, ya que estamos, descubrir también sus alrededores, que deparan alguna que otra sorpresa. En Kedrodasos hay un bosque de cedros; en Miliá, curiosas casas de piedra; y en Paleohora, un castillo veneciano construido en el siglo XIII y destruido después, entre otros, por Barbarroja, que a buen seguro disfrutó de la maravillosa panorámica que se obtiene desde él. En esta localidad se pueden coger también los ferries con destino a la excéntrica Hora Sfakion, punto final de quienes recorren la garganta de Samaria y lugar donde comienza a la vez una de esas aventuras que merece la pena vivir en Creta: subirse a un barco para descubrir la que es la isla más meridional de Europa, Gavdos, con playas vírgenes donde sentirse inmensamente libre.