Croacia

Zlatni Rat Isla de Brac

El 1 de mayo del año 305 Diocleciano se convirtió en el primer emperador romano en abandonar su cargo.

Prefirió entonces olvidarse de las luchas de poder y centrarse en algo tan mundano como cuidar el huerto de su palacio, una de las más importantes obras de la arquitectura clásica tardía, situado en lo que actualmente es la ciudad croata de Split. Al visitarlo, los guías siempre lanzan la misma pregunta: '¿Qué tiene en común esta residencia con la Casa Blanca de Washington'?. La respuesta, en apariencia, resulta sencilla: el color blanco. Lo que ya no es tan fácil de averiguar a primera vista es que los dos edificios están construidos con la misma piedra, extraída en ambos casos de las canteras de la isla de Brac. Primera aproximación a nuestro siguiente destino: su historia, vinculada a Roma mucho tiempo atrás, y sus tradiciones, muy ligadas a la tierra.

Conviene saber estas nociones básicas antes de subirnos al transbordador que, desde la misma Split, nos dejará, en apenas 40 minutos, en Bol, una de las ciudades más importantes de esa Brac de la que Plinio El Viejo alababa su vino y su queso de cabra, y que también perteneció a Venecia, al Imperio Austrohúngaro y a la antigua Yugoslavia. La isla es muy famosa no solo en Croacia y no exclusivamente por su piedra. Hay muchos más motivos: una de sus playas ilustra la mayor parte de los catálogos de vacaciones de la Costa Dálmata y prácticamente todas las guías de viaje del mundo escritas sobre el país. Su nombre es de los que cuesta recordar, Zlatni Rat. Pero no su silueta: la de una lengua de arena que se adentra en el mar durante medio kilómetro dejando a sus lados aguas de un encendido color turquesa.

Un observatorio desde las alturas

Sin duda, lo mejor sería disponer de un helicóptero y sobrevolar la isla para observar la playa a vista de pájaro. Pero no será necesario si no nos importa subir hasta la cima del monte Vidova Gora, que, con sus 778 metros de altitud, es la mayor elevación de las islas del mar Adriático. Desde Bol, a pie, se tarda en llegar a la cumbre unas dos horas, muy duras, si seguimos la senda que parte de la ciudad habilitada para tal fin, o muy asequibles, si preferimos realizar el ascenso por la carretera por donde transitan los coches.

Quizás el dios Svevid, el de la luz y la guerra, proteja nuestros pasos, ya que la mitología eslava lo vincula a este lugar, que con la cristianización fue encomendado a San Vito, en honor al cual se construyó una capilla en la cima de la que hoy solo quedan los restos. Una vez arriba hay que abrir bien los ojos. Porque es desde aquí, desde Vidova Gora, desde donde se obtiene la mejor panorámica de la playa de Zlatni Rat, el cuerno de oro, llamado así por su forma y por el intenso color de su arena, que en los días de sol refulge extendida sobre el azul del mar. Este es el sitio preferido de los algo más de 3.500 habitantes de Bol, que en los meses de verano gustan de contemplar la playa mientras meriendan a la sombra de los abedules. El aire trae el aroma de la salvia, el brezo, la lavanda, el romero' y a uno le da por pensar en esos versos del poeta Tin Ujevis leídos en algún momento del viaje: 'El fresco transmite un escalofrío por todo el cuerpo, y el viento toca melodías dudando y vacilando' ¿Qué estará diciendo el viento'?.

Volando sobre las olas

Sopla el bura en invierno y sopla el maestral en verano, dos vientos que pueden modelar a su antojo esa lengua de arena que es Zlatni Rat. Ahora tiene forma de flecha, pero quizás, en unas horas, el extremo que se adentra en el mar y parece retorcerse en la punta, bordeada de blancos guijarros, haya cambiado de aspecto. Las olas a veces se enfadan y roban metros a esta preciosa y curiosísima playa, situada a dos kilómetros exactos del centro de Bol, rumbo al oeste. Al fondo, a sus espaldas, un bosque de pinos y formaciones rocosas terminan por componer la estampa perfecta de este enclave que, a ser posible, hay que visitar a primera hora de la mañana, sobre todo si nuestro viaje coincide con la temporada estival. Solo así podremos decidir en soledad cuál orilla nos gusta más: la de la izquierda o la de la derecha. La franja de arena es estrecha y suele llenarse de gente si el tiempo acompaña. Gracias a su localización y a esas olas que empujan los vientos, Zlatni Rat es también uno de los destinos preferidos por los amantes del surf.

Más allá del mar

Solo cuando uno decide que se siente plenamente satisfecho al haberse bañado en una de las playas más bellas del planeta, se está preparado para recorrer el resto de la isla de Brac. En Bol hay que visitar el monasterio dominico de la península de Glavice, del siglo XV, en cuyo altar se encuentra una Madonna con niño, obra de Tintoretto, que cobró 270 ducados venecianos por el encargo, tal y como queda reflejado en la factura original que se conserva con mimo. Desde aquí hay cinco kilómetros a pie por delante para llegar a la Cueva del Dragón, en Murvice, pintada con animales, ángeles y hasta un dragón con su boca bien abierta por un aburrido o creativo monje glagolítico en el siglo XV. Hay quien asegura que en la cueva vive Orkomarin, un gigante tuerto, y que también hay hadas, hombres lobo, brujas' Con el miedo o no, en el cuerpo, habrá que visitar después algunas localidades de interés como Supetar, con su agradable paseo marítimo; Postira, un idílico pueblecito de pescadores; y Skrip, la aldea más antigua de la isla.

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