La ciudad sagrada de El Tajín, que en lengua indígena quiere decir rayo o huracán, estaba dedicada al dios responsable de dichos fenómenos naturales, que recibía el nombre de Tajín o Huracán, de donde se ha derivado la palabra castellana.

Quienes hayan podido contemplar cómo en la época de lluvias las tormentas estivales azotan la zona de las ruinas, comprenderán por qué fue elegido precisamente este lugar par construir el santuario del dios de los relámpagos.
El recinto de las ruinas de El Tajín comprende tres zonas perfectamente diferenciadas: la ciudad inferior, la ciudad superior, ubicada sobre un terraplén artificial de siete metros de altura, y denominada El Tajín Chico, y el complejo del edificio de las Columnas.

Una característica especial de la ciudad inferior son las numerosas canchas para el ritual juego de pelota, de las que hasta ahora se han hallado diecisiete. Todo apunta a que la ciudad debió ser el centro de este juego sagrado tan difundido en la época. Como se desprende de las narraciones de los conquistadores españoles y de los numerosos bajorrelieves en piedra todavía conservados, los jugadores, que se enfrentaban individualmente o en equipos en una cancha alargada, iban equipados con protectores en rodillas y piernas.
Tenían que lanzar una pequeña pelota de caucho a través de dos anillas de piedra fijadas a las paredes, y sólo podían impulsarla con la cadera , las nalgas o las rodillas. Esta bola simbolizaba al sol, y bajo ningún concepto podía tocar el suelo por lo que tenía que estar en continuo movimiento.

Los bajorrelieves en las paredes de la mayor de las canchas excavadas hasta el momento, la llamada Juego de Pelota Sur, muestran escenas de este deporte, entre ellas el sacrificio ritual del jugador perdedor a manos del sacerdote. Pero últimamente se duda sobre si el jugador sacrificado sería el vencedor, ya que, según la lógica azteca, a los dioses sólo podía ofrecérseles lo mejor.


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