En algún lugar de la Polinesia, en Japón, en los países nórdicos, frente al Mar Muerto o incluso en Doñana, cerca del estrecho de Gibraltar.
Situar en el mapa a la mítica Atlántida de la que hablara Platón siempre ha sido uno de los desafíos a los que se han enfrentado historiadores, arqueólogos y escritores a lo largo de los siglos. Muchos de ellos han querido ver en Santorini un trocito del que fuera, según viejas leyendas, hogar del mismísimo Poseidón. La isla, una media luna de lava solidificada sobre el Mar Egeo, es, en realidad, lo que queda de un volcán que entró en erupción en torno al año 1627 a.C., provocando un maremoto tal que produjo no sólo la desaparición de la civilización minoica sino también un cambio climático en todo el Mediterráneo oriental debido a la formación de un intenso polvo que oscureció la atmósfera.
'El sol se ha ocultado, nadie se ve la sombra, las cosechas han muerto, ahora debemos sobrevivir'. Son las desoladoras palabras de un escriba egipcio que dejó esta frase para la posteridad. Cuesta pensar en ello, retrotraernos en el tiempo y en el espacio cuando justo acabamos de llegar a esta isla que hoy, en pleno siglo XXI, pasa por ser una de las más exquisitas del archipiélago de las Cícladas, la favorita de todos aquellos que sueñan con un viaje a esa Grecia cercana y, a la vez, tan lejana. El color blanco de sus casas y las cúpulas azules de sus iglesias son reconocibles en todo el planeta. Aunque quizás haya alguien que aún no sepa qué otro color se abre paso en su pintoresco entorno de altísimos acantilados y románticas puestas de sol. ¿Cuál es? Cuando contemplemos la playa que se extiende a solo unos pasos del yacimiento arqueológico de Akrotiri sabremos la respuesta: el rojo, un rojo encendido, que pinta un paisaje bello y tosco, a ratos solitario, casi de ciencia ficción, como la propia Atlántida.
A pie o en caique
Si en la isla de Milo existe una playa que parece fiel reflejo de lo que pudiera ser la luna, ésta de Santorini bien podría ser una de las imágenes capturadas por el robot Curiosity en sus paseos por Marte. Por eso es el lugar preferido por los fotógrafos, que consiguen impactantes instantáneas donde se mezclan el intenso color azul de sus aguas con las tonalidades oscuras y cobrizas de los precipicios y un suelo que aquí es especialmente pedregoso, formado como está por losas volcánicas que, además de rojas, también son negras. Sólo por verla muchos son los que recorren los apenas quince kilómetros que la separan de la capital, Thira o Firá, como también es conocida. La carretera termina antes de alcanzar la propia playa, por lo que es necesario recorrer un sendero a pie durante aproximadamente diez minutos. Aunque existe otra opción, que puede hacer sentir a cualquiera como un auténtico explorador a punto de descubrir un tesoro: subirse a un caique, pequeña embarcación de pesca, parecida a una goleta, que se utiliza durante el verano como medio de transporte ideal para alcanzar rincones recónditos y sorprendentes como éste. La Playa Roja, o Kókini Paralía como dicen por aquí, es un lugar sin gente a la vista fuera de temporada, pero que se llena en la época estival de curiosos, que por tener tienen a su disposición hasta tumbonas y parasoles. Por mucho que los dioses se fijaran en ella antes que los mortales, es muy de humanos querer descansar y disfrutar, al menos un rato, de un enclave que no se parece a nada de lo que nos ofrece este mundo.
La antigua Akrotiri
El rojo vivo y vehemente de los cortados y el azul profundo del mar poco tienen que ver con las tonalidades predominantes en otras de las playas más frecuentadas de Santorini, como son Monolithos, de arena blanca, y Kamari y Perissa, de arena negra. Situada al sur de la isla, en un lugar donde la erosión y el desprendimiento de la montaña que la circunda le dan un encanto especial, la Playa Roja es, definitivamente, un escenario único, desde donde, además, es posible repasar la historia. Si hasta aquí hemos llegado no podemos dejar escapar la oportunidad de visitar Akrotiri, el yacimiento arqueológico de la época prehistórica mejor conservado de todo el Mar Egeo. Las excavaciones comenzaron en el año 1967 y sirvieron para descubrir, hundida bajo una gruesa capa de ceniza volcánica, una ciudad casi intacta construida hace más de 3.500 años. Sus casas, de piedra y decoradas en muchos casos con pinturas murales, apenas escondían objetos de valor, como si sus habitantes hubieran sido avisados de la erupción del volcán y se hubieran marchado con todo. Vasijas con restos de cereales, tablillas de barro escritas y herramientas son algunos de los utensilios que han sido encontrados entre las ruinas.
Entre pueblos blancos
Historia y placer se funden pues en torno a la Playa Roja, uno de los muchos lugares de obligada visita aquí en Santorini, la más pintoresca de las islas griegas, con sus característicos pueblos blancos que se asoman al vacío desde lo alto de los precipicios. Un vinsanto dulce, procedente de esas vides que se enroscan entrelazadas al ras del suelo, debe servirnos siempre para brindar por el espectáculo. El espectáculo de ver, de mirar, de contemplar todo lo que contiene y envuelve a esta isla. Hay que visitar Imerovígili, en el punto más alto, y también Oia, desde donde parten los barcos hacia la caldera misma del volcán. Una experiencia que vale la pena recordar.